Los candidatos que aspiran a la Presidencia de la República deben cuidar de su vestimenta, sus movimientos, el tono de la voz, no aparecer ante el público cargados de joyas, y diez o más detalles que les permitan causar grata impresión a la gente.
Naturalmente, han de vigilar celosamente lo que dicen en sus discursos y en las entrevistas que conceden a la prensa. No sólo en México sino en todas las naciones del mundo que eligen a su gobernante mediante el voto popular, el candidato asegura simpatizantes por la sensatez y tino de su programa de gobierno, también, y tal vez en mayor medida, por la energía y el valor con que denuncia las tropelías y los errores del Presidente que está por entregar, si ese que se va no pertenece al partido del que denuncia.
López Obrador, por ejemplo, conquistó a millones de votantes por la claridad con que denunció el mal gobierno de Enrique Peña Nieto y la negra fama de su partido el PRI. Xóchitl Gálvez se encuentra en posición de actuar igual, es decir, de señalarle errores a AMLO, al fin y al cabo miembro de un partido que ella odia.
Pero la candidata de MORENA, Claudia Sheimbuam, a la hora de echar discursos en las plazas no podrá criticar de ninguna manera al Presidente que se va porque se propone, lo dice, lo repite, si gana los comicios, continuar por los caminos que abrió el de Tabasco.
Y si elogia un aspecto del gobierno saliente, habrá oyentes que estén en desacuerdo o a quienes simplemente no les parezca bien lo que como buenos mexicanos considerarán lambisconeada.
Y algo peor: Claudia tendrá que convencer con argumentos sólidos si alaba al gobierno de la 4T, mientras que la Gálvez lo reprobará sin cuidarse de la calidad de sus razones; le bastará con inventar mentiras.