Posiblemente son pocos los pueblos de México en que no se ha registrado la tragicomedia: dos mujeres, la esposa (la mera mera) y la amante, que se encuentran a cualquier hora y en cualquier lugar, y se trenzan en una discusión a gritos, y a veces a bofetadas y desgreñadero, por el sinvergüenza que no ha tenido el valor de renunciar a una de las dos. (o a las dos, que es lo ideal).

El triángulo a veces ha desembocado en la muerte de uno de los protagonistas aunque lo más frecuente es que culmine  en el ridículo que hacen los tres a la vista de los morbosos que hacen acopio de detalles para el chismorreo.

En estos días, no sólo son mujeres -Dulce María Sauri, por ejemplo—sino también varones –Francisco Labastida, Manlio Fabio Beltrones, Alito Moreno, entre otros- los que jalonean las ropas del cadáver del amante para quedarse con los restos que ya comienzan a oler mal.

Son las viudas del PRI. Alguien debe decirles, por caridad, que el generoso amante de ayer está muerto de veras. Y hay que sepultarlo.

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