La actividad de la Casa de la Cultura de Hermosillo cobró especial intensidad durante el sexenio del gobernador Manlio Fabio Beltrones, a tal punto que cuando había funciones de teatro o conciertos de música, docenas de vehículos no hallaban sitio en el  área de estacionamiento. 

El terreno que se encuentra al lado norte de la Casa, y que había permanecido cercado con alambre de púas  y descuidado, apareció una de esas noches de teatro con el cerco abierto y un letrero que anunciaba, con números chuecos, la tarifa para automóviles. Sólo habían arrancado parte de la hierba del terreno y ya lo utilizaban como estacionamiento. Los usuarios llegaron a la conclusión, desde el primer día, de que el negocio era de un influyente. Y no tardaron en corroborarlo. 

Un inspector del Municipio se presentó a pedir a los dos empleados que lo atendían el permiso para funcionar como estacionamiento y se marchó asustado. El terreno era (y es) del licenciado Roberto Sánchez Cerezo, secretario de gobierno entonces. 

Con el tiempo, la Casa de la Cultura amplió su propia zona de estacionamiento y no fue necesario ya a los automovilistas pagar por dejar sus carros en un terreno de cachoras y huachaporis. Por la ubicación de este predio pudo haber sido destinado, con seguro éxito económico, a un gran edificio comercial o de oficinas o a una clínica médica o a una estación radioemisora, más lo que añada la imaginación del lector. 

Pero su dueño lo conservó  como estaba, sin invertirle, como un salvavidas en caso de naufragio. Me informan que ahora está en venta. Opino que se trata sólo de una operación comercial pues el único naufragio a la vista es el del PRI, del que Sánchez Cerezo fue distinguido miembro y dirigente. Pero puede servir como ejemplo para fomentar la virtud del ahorro. 

Carlosomoncada@gmail.com