El Club Primera Plana de México, integrado por periodistas, me invitó a recibir el pasado jueves un reconocimiento por mis 70 años de periodista, que cumplí el 3 de noviembre del año pasado. Cuando cumplí 60 años en el oficio me dieron un reconocimiento similar, y cuando arribé a los 65, otro.
No pude asistir a recoger el documento porque eso de acumular años ya no cae bien a mis viejas piernas, pero en mi nombre lo hizo mi hija Martha Eugenia que, además, se adornó con un breve “speech”. Apoderada del micrófono trasmitió a los directivos del Club mi agradecimiento y dijo: “Mi papá tiene 90 años pero sigue escribiendo todos los días”, a lo que respondió la raza (de reporteros) con un aplauso. “Y manda un mensaje (y aquí los colegas supondrían que consistiría el mensaje en una exhortación por luchar por la libertad de expresión, pero fue distinto:) Manda un mensaje: que dentro de cinco años y cumpla 75 de periodista, no se olviden de él. (No está fácil, m’hija, pero si Dios dispone que siga escribiendo mi columna otros cinco años, los aceptaré con humildad)
Mi premio no fue el único. Los entrega el Club cada año a periodistas destacados de todo el país y a quienes no tiran el arpa a pesar de la edad. En esta ocasión me llamaron como segundo en el orden, lo que significa que hubo uno más viejito que este servidor.
Todos los seres humanos estamos sentenciados al olvido, menos los grandes héroes y los hombres y mujeres de talento excepcional. Por eso uno agradece que al menos de cuando en cuando se le recuerde. Eso inspira un sentimiento que poco tiene que ver con la vanidad.
A fines de 1993 un grupo de amigos se reunió en el Centro de Calidad, que está o estaba hacia la salida norte de Hermosillo, y festejó mis 40 años de periodista. No necesito ver las fotos para recordar a los presentes: mi compadre Jorge Sáinz Félix, mis compadres Luis Enrique Garcia y Jeanette Kuri, Myrna Pineda, el doctor Samuel Ocaña García, el arquitecto Enrique Flores López (DEP), José Ángel Calderón, Rossy Oviedo, Patricia Ríos, Angelina Muñoz, el bueno de la dinastía Lagarda, funcionario de la Secretaría de Educación y tres más que escapan a la memoria.
A ese recuerdo añado ahora el de mi hija, plantada ante la prensa de la capital, como la independiente periodista que también es, Comenzó en “Unomásuno”, siguió en televisión con Joaquín López Dóriga, luego con Pedro Ferriz de Con, se fue a Argentina, volvió para filmar documentales y para representar a su papá. En esta última tarea no cobra honorarios, únicamente honores.
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