La objeción principal que se opone a la reforma del Poder Judicial es que los ministros y jueces serán elegidos por el pueblo. Cuando comenzó a tratarse el tema objeté lo mismo en forma inmediata pero no tardé en comprender que la objeción se debía a mi ignorancia,  

Pronto me quedó claro (porque estudié el anteproyecto, no me quedé inmóvil como idiota) que se procederá, primero, a registrar a los candidatos de veras preparados en la materia y probados en el ejercicio de su profesión por lo que toca a sus conocimientos, experiencia y nítidos antecedentes de honradez. 

No va a lanzar su candidatura el vago que se deshace en piropos al paso de una chica o el que tronó en la escuela Secundaria o el holgazán sin oficio ni beneficio, que en cierto momento se dan cuenta de que no traen ni quinto en el bolsillo y dicen: pues me voy a lanzar de candidato a ministro de la Corte y como soy simpático y tengo mucho perico, ganaré la elección. 

Los que se han organizado para boicotear la reforma insisten en difundir este error como si la elección vaya a ser  como la del candidato a diputado que reparte volantes y echa discursos en el mercado para pepenar  votos. 

¿Y a quiénes conviene parar el trabajo legislativo y evitar que se apruebe la reforma? Primeramente, a los ministros de la Suprema Corte de Justicia y a los jueces de los diversos tribunales que tienen acuerdos para beneficiar con resoluciones y sentencias a la delincuencia organizada, y a despachos corrompidos que saben canalizarles jugosos cohechos. 

Es tranquilizador saber que tanto la Cámara de Diputados como la de Senadores hacen su trabajo sin dejarse presionar por los escándalos nacionales e internacionales encaminados a apabullar al presidente AMLO, y más tranquilizante es la actitud inflexible pero prudente de la Presidenta electa que recomienda a los legisladores no precipitarse pero atenerse a lo que ordena la Ley. Es sensato arribar al poder con la cabeza fría para enfrentar las trampas de los perversos. 

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