Me maravilla la decisión que tomó la diputada Sylvana Beltrones al retirarse con licencia de la Cámara y hago constar mi elogio en estas líneas a pesar de que existe entre nosotros una cuentecita pendiente.
Su alejamiento temporal de la Cámara de Diputados es un gesto elegante de desdén hacia el pillo apoderado a la mala de la presidencia del PRI, pero su retiro de la curul de ninguna manera implica el abandono de su responsabilidad hacia los sonorenses. Se dedicará a atender el funcionamiento de la “Fundación contra el Cáncer Beatriz Beltrones”, creada hace casi 20 años en memoria de su madre, ya finada. De hecho, esa tarea estará ligada a uno de sus mejores proyectos como legisladora: la lucha para que apruebe la Cámara una iniciativa de Ley contra el Cáncer.
Aunque no lo dice en su carta que hico circular en los medios, es obvio que la joven legisladora también escuchará y apoyará a los sonorenses que la busquen para solicitarle orientación.
En resumen, me satisfizo de tal modo su decisión política, que consideraré la posibilidad de olvidar la cuentecilla que conmigo tiene pendiente. Y que explicaré a continuación porque no dormirían hoy mis lectores si no quedan enterados.
Cuando yo era director del Instituto Sonorense de Cultura, de 1991 a 1997, me desvelaba el caso del Teatro de la Ciudad que llevaba 15 años en construcción y no se veía la hora en que podrían terminarlo. A fines de 1994 le planteé al gobernador Manio Fabio Beltrones un plan para concluirlo y lo aceptó (quien quiera detalles, están en el Tomo I de mi obra “La saga de la cultura sonorense (1831-2020)”. En junio de 1995 la Secretaría de Infraestructura anunció, ¡al fin!, que el teatro había quedado listo. A su vez, el gobernador tuvo la gentileza de llamarme y otorgarme el honor de que escogiera la fecha de inauguración pues no tenía compromisos en los diez últimos días de aquel mes. Aquello me sonó a música. Le respondí de inmediato que escogía el 23 de junio, aunque no le dije por qué, y el 23 de junio quedó acordado. Sin embargo…
Dos días más tarde, el gobernador me informó que la inauguración pasaría al 24 porque el 23 tenía que asistir al acto escolar en que se graduaba Sylvana, entonces adolescente. ¡Pero es que el 23 era mi cumpleaños! Pero no soy rencoroso, diputada, y pronto hará de aquello 30 años. Aplaudo su decisión y borro la cuenta pendiente.
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