Bartolomé Delgado de León
Andrés González Prieto
Viernes 1 de Noviembre de 2024

Hablar de ti.

Las golondrinas que golpearon con sus alas aquellos cristales regresan montadas en recuerdos llevando laureles en su pico, como ofrenda arrepentida que el pasado negó. Aún fuera de tiempo, el intento, merece un aplauso.

Hoy, la pasada palabra, futura en su tiempo, se actualiza en el ayer que negó importancia a su existencia, al momento que escupió la honra, amenazó la vida por la simple presencia de razones: soñar, creer en la igualdad, en la justicia, en la verdad a secas, en la crónica exhaustiva del abuso, pecados capitales en cualquier tiempo, para los dueños políticos del dinero.

Había algo en ti de Flores Magón, Martí y Darío, Juárez y Cárdenas, algo de libertario de conciencias, convocando igualdad de castas, necesidad de fuentes del saber para encontrar el camino a la luz, exentas de ignorancia y fanatismo, artes necesarias para la real fraternidad del pueblo hacía la libertad (pecado social), la esperanza especulativa, sequía democrática en un cielo vacío sin nubes, sin futuro, llano en llamas, con muertos insensibles.

Te importaba el futuro, las generaciones, el surco intelectual alimentado en aulas, sembrador de chispas de un saber incomprendido pero descifrable, motivador, generador de verdades escondidas, “una duda abre más puertas que una verdad”.

En fin, dejaré los infiernos y demonios del pasado encondidos en la historia para que se juzguen a sí mismos, en conciencia, en ese cesto histórico de la culpa anónima.

La conciencia no la escriben los vencedores, lo hacen los juglares con sus cantos, poemas, canciones, crónicas en los sublimes senderos del “Esto no se olvida”, siembra de poetas para que el maná alimente los espacios de un desierto histórico condenado al olvido, en el camposanto de los luchadores no-malditos, en espera de la próxima resurrección de las conciencias.

En tu ingenuidad consciente, creíste en la amistad sincera exenta de traiciones, entregaste sin freno la confianza, aún sabiendo la fragilidad humana y cosechaste en efecto, sin freno decepciones, aun así, siempre existió en ti, la esperanza de Lot.

No te conocí, aunque sí a los que te conocieron, por lo tanto, tu nombre motivó la esperanza de encontrarte, y al fin, seguí tus huellas en el lugar donde la acacia señala el camino que siguen los maestros que se reconocen entre sí, dimensiones cuánticas donde nadie te ha buscado, ni te encontrará, los espacios geométricos, donde muchos como tu comulgamos la misma esperanza en la humanidad. La escuela de los pozos profundos y los altares a la virtud.

Y ahí comprendí tus poemas y lloré con ellos tu impotencia, el desánimo, las traiciones, ahí, me vestí con tus cantos de sirenas encantadas por tus versos, admiré y comprendí tu libertad magoniana, el sacrificio del intelecto de sembrar en tierra árida la esperanza. Comprendí el por qué las cadenas de las debilidades humanas nunca te corrompieron, ni el hambre, ni el destierro embozado, ni los paredones de odio, ni la amenaza a la falta de existencia, había una rosa y una cruz, una escuadra y un compás que marcaban el ejemplar camino.

Te marchaste de esta dimensión libre, pulcro, con la frente en alto, con las debilidades humanas que no compiten tus laureles, con el amor eterno de los que sí te quisieron y lloraron tu partida en los momentos que la ausencia duele. Salve pues tu recuerdo, que la historia cobre dividendos.

Y aquí me tienes, siguiendo el camino que marca tu huella, entendiendo el sánscrito esotérico de tus poemas que me transportan a los campos mágicos donde corrías cuando niño, persiguiendo mariposas que llevan alegremente a la eternidad.

Bartolomé Delgado de León entre columnas te pregunto: ¿Qué tienen tus versos que hacen llorar el alma? Es cuánto.

 

 
 

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