El viejo priísmo
Salvador Abascal Carranza
Lunes 25 de Mayo de 2009

Tal parece que hoy muy pocos mexicanos recuerdan los lamentables hechos y los cínicos dichos que, inspirados por la ambición desmedida del poder y del tener, fueron esencia del sistema político mexicano del siglo XX.

Desde su fundación en los años veinte Alvaro Obregón —héroe del panteón revolucionario— decía que “no hay general que resista un cañonazo de cincuenta mil pesos”.

El tristemente célebre cacique de San Luis Potosí, Gonzalo N. Santos, preguntaba si la moral no era “un árbol que da moras”. Carlos Hank González afirmaba que “un político pobre es un pobre político”. Roberto Madrazo me dijo un día que “el poder es el mejor afrodisiaco, porque es el único placer que dura 24 horas”.

El nuevo escándalo de enfrentamiento por corrupción entre dos ex presidentes priístas, con la guarnición de personajes como Gamboa Patrón, La Quina —y los que faltan—, no es sino un ingrediente más de esa historia de complicidades, de ojos cerrados frente al crimen organizado, de mantenerse en el poder a toda costa porque, en ausencia de toda ética política, México era lo que menos contaba; México era el botín, patrimonio de un grupo que se asumía como el dueño legítimo, y para siempre, de una herencia indiscutible del que la revolución mexicana los había dotado.

Aristóteles nos dice que “si la política no es ética, no es política”. Pero también afirma que “si la ética no es política, no es ética”. En el primer caso, se entiende claramente que la procuración del Bien Común es el fin de la política.

En el segundo, Aristóteles le pide al ciudadano que se involucre en la construcción del bien de la comunidad, porque sólo así colabora en su propia perfección y en la de los demás.

La política así entendida no es lo que hacen los políticos profesionales, sino lo que hacemos todos por el bien de todos.

Esa clase de políticos que nos heredaron un México en descomposición, es la que dice estar dispuesta a “ensuciarse las manos”, y que al mismo tiempo invita a sumarse a las complicidades de la corrupción.

Frases como “el que no transa no avanza”, “la corrupción somos todos”, “mocharse”, “aceitar la maquinaria”, etcétera, invitan a la destrucción de la política como ética.

Lo que menos quieren quienes así han gobernado, es que se note el contraste entre la honestidad y la corrupción, entre la justicia y la injusticia, porque quieren seguir creyendo que la moral es un árbol que da moras..

 
 

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