En el Mercado Municipal, por encima de la vaporosa nubecilla de una taza de café colado, del que fuera el histórico Café El Negrito, entregué a Bernardo Elenes mi primer texto a publicar en su Taller Literario; entrañable sección dominical de nuestro Diario del Yaqui; tan nuestro, como lo fue también de Mingo; el voceador ciego muy humilde e invidente que, en aquellos años de mi infancia en las mañanas de la Galeana y la Sonora, largaba su pregón inconfundible para agotar el fajo de periódicos que pendía dentro de una gran bolsa de tela atada a la cintura de su delgadez.
Las viñetas, prácticamente arte a mano que Bernardo desplegaba a veces hasta en un cuarto de página de la sección con el clásico logo de espigas de trigo, eran un valor agregado a la emotividad del arte local o del laureado en otras latitudes del lenguaje escrito: poemas y relatos que Bernardo publicaba sin falta cada domingo del año, en su sección cultural de una Prensa ya tradición en el Valle del Yaqui que, ya para aquellos años, se había ganado una distribución estatal y era leído con entusiasmo en otras ciudades del país.
Alguna vez en una entrega de textos en la oficina de Bernardo, en el antiguo edificio del Diario, coincidí con Cesáreo Pándura, El Galán de Pótam, y su bolsa para el mandado tejida con hebras de nylon multicolor en la que repartía por el Mercado su Presencia de Vícam, de cuna mecida por un mimeógrafo en el Club de los Siete.
Siempre me impresionó el edificio del Diario antiguo, de larguísimo pasillo en el segundo piso, y la enorme escalera empinadisima brillosamente impecable que yo acostumbraba subir para llegar a la guarida de Ramón, el Editor responsable del periódico, y de Javier el propietario descendiente directo de don Jesús Corral Ruiz, notable pionero del periodismo en Cajeme.
Tras más de diez años con Bernardo al timón, Taller Literario pasó a las incansables manos de Ramón Íñiguez Franco que sustituyó el nombre de la sección por el de Quehacer Cultural, con logo del reloj de la Plaza Morelos frente al Palacio Municipal.
En una máquina de escribir tan antigua como hoy clásica, Ramón tecleaba en su cubículo de Biblioteca Pública, noche a noche, la Editorial del día siguiente para el Diario, y de paso editaba, corrector líquido en mano, los adelantos de texto que los colaboradores locales y externos le hacíamos llegar.
Fue una larga y esforzada entrega al trabajo literario y de las letras; un periodismo constante y sostenido contra mareas y vientos.
Solo así, este titán del quehacer literario y cinéfilo incontenible, cofundador, quizá en mi limitada información, del primer Cine Club en Cajeme del que yo tenga conocimiento, nos permitió navegar en las generosas páginas del Diario, a la vez que alumbró y alentó las vocaciones tardías de muchos que al igual que yo llegamos a las letras en la década de los ochenta.