Los primeros candidatos a rector de la Universidad de Sonora que han tenido oportunidad de difundir sus propósitos en campaña han optado por la técnica del político profesional: prometer. Y no me refiero a programas académicos y demás rubros que constituyen el obligado campo de acción rectoral, sino a una promesa que no depende de la Universidad sino del gobierno.
El doctor Aarón Grageda y otro aspirante prometen la gratuidad de la enseñanza universitaria, lo cual sólo se puede esperar de una decisión gubernamental, tan difícil en situación de normalidad económica, mucho más en los tiempos que corren frente a la amenaza arancelaria.
Es de justicia reconocer que el gobernador Durazo encontró la forma de proporcionar un respiro a la Universidad al restarle 500 millones de pesos a la partida destinada al Poder Legislativo y pasarlos a la Casa de Estudios. Pero la gratuidad son palabras mayores. En el caso de las promesas desmesuradas que se avientan los políticos no les importa tanto la imposibilidad de cumplirlas, sino que la gente se lo crea.
Una promesa que le escuché al candidato Cuauhtémoc González, la creación del campus universitario 2 en Hermosillo, requeriría apoyo oficial, pero este caso es distinto porque la máxima Casa de Estudios aportaría el terreno (50 hectáreas, si mal no recuerdo), y al concluirse la obra terminaría el apoyo oficial, mientras que la gratuidad sería una carga permanente.
Esta idea se manejó hace algo más de treinta años, y se llegó a la exageración pues se hablaba de cambiar a otro rumbo de la ciudad el total de las instalaciones universitarias. Cuando, a fines de 1991 le cortaron la electricidad a la Unison por falta de pago, a todo el que de noche pasaba por la Rosales se le partía el corazón al ver que de nuestra muy amada Alma Mater no quedaba más que una enorme y deprimente mancha oscura. Nadie querría vivir otra vez el ingrato episodio.
En fin, seguiremos estudiando las posiciones de candidatos y candidatas.
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