El viernes pasado publiqué en este espacio un comentario sobre López Obrador. Ciento cuarenta y seis mil personas lo leyeron y mil 106 hicieron comentarios. Son cifras que confirman lo central que es, y ha sido, Andrés Manuel en la vida política mexicana de los últimos años.
Andrés Manuel apasiona y polariza.
La dimensión del debate me llevó a hacer una clasificación de todas sus aportaciones. Sin ninguna pretensión, no se trata de inferir a partir de sus comentarios lo que opinan hoy los mexicanos, es sólo una manera de darle forma al esfuerzo de tantos lectores.
Dividí en cuatro categorías sus comentarios: en una primera categoría están Los Incondicionales, aquellos que rechazan de tajo cualquier crítica a López Obrador y que responden con virulencia y enojo.
Están luego Los Comprensivos, aquellos que sin defender en particular la actitud de López Obrador en Iztapalapa creen que hay que entenderla en un contexto más amplio, la persecución en su contra, la injusta decisión del Tribunal Electoral, el acoso de las mafias, la baja calidad de todos los otros actores políticos.
Una tercera categoría es la de Los Críticos: que cuestionan la actitud de López Obrador en Iztapalapa y sus decisiones desde el conflicto postelectoral pero lo hacen sin mucha pasión, con cierto desencanto.
Por último están Los Adversarios, los que dicen que siempre supieron que López Obrador era autoritario y un peligro para México.
Después de eliminar los comentarios que se repiten, los que se refieren a otros temas, quedó un grupo de 622. De estos 622, 120 entran en la categoría de Incondicionales, 125 son Comprensivos, 90 Críticos y 277 Adversarios.
Dos aclaraciones: Criticar a AMLO no implica apoyar a Calderón. Y a Los Comprensivos: no ignoro el contexto en el que López Obrador armó su estrategia de Iztapalapa, sin embargo, considero que incluso aceptando que el Tribunal tuviera la aviesa intención de destruir a la izquierda al desconocer a Clara Brugada, la reacción de López Obrador es inaceptable.
No es que neguemos su calidad humana ni su derecho a la equivocación, él mismo siempre ha pretendido colocarse en el nivel de los políticos excepcionales, los que no sucumben a los intereses económicos, para quienes su país está antes que la familia, los que tienen una misión.
Sin embargo, ni su tono, ni su modo, ni el fondo de su proceder corresponden con esa imagen ni con un genuino compromiso democrático. Nelson Mandela estuvo más de tres décadas en la cárcel y no salió exudando rencor, ni con gritos destemplados.