La política es un juego de espejos. Lo es hasta que uno choca con uno de ellos. Una vez que ha pasado el juego de los ilusionismos de la elección y antes de entrar a un nuevo juego de ilusionismos —ahora el de la sucesión presidencial—, convendría darse cuenta de que el futuro nos alcanzó.
Hay dos hechos centrales. Uno, la economía está en picada y sin perspectivas de crecimiento. Dos, la violencia está fuera de control.
En la economía, el gobierno no anticipó la gravedad de la crisis y sigue sin tener una respuesta convincente para los mercados y para la sociedad. No tiene otra política que esperar a que inicie la recuperación de la economía estadounidense. No hace otro cálculo que el del conteo de los votos necesarios para aprobar las “reformas estructurales pendientes”. Su teoría lo lleva a recetar más de lo mismo. Sus alianzas, a lograr la aprobación de un presupuesto inercial.
En la seguridad, una vez pasada la campaña, los hechos y las angustias brincarán en la cara de todos, hasta que la iniciativa política de “hacer la guerra al crimen” se empantane o, peor aún, regrese como un bumerán.
Es un error confiar todo a la recuperación estadounidense. México está afectado por su vinculación con los sectores más dañados de esa economía y donde la recuperación es más incierta. En la industria automotriz, la electrónica o la de la construcción, la recuperación va a retrasarse.
Con imaginación y determinación se debería hacer frente a los hechos. Se necesita impulsar el crecimiento en otros sectores. El mercado interno ofrece oportunidades. La sustitución de importaciones, también. El aprovechamiento de ventajas de localización y de disponibilidad de recursos humanos podría dar nuevo estímulo al crecimiento. El ahorro de energía puede generar nuevas inversiones y un amplio mercado.
Se pueden proteger empresas y empleos, sin cargo a las finanzas públicas, con cambios en los patrimonios y mecanismos transparentes de recuperación. Se puede distribuir la carga fiscal, con ajustes al gasto corriente.
Pero sobre todo se debería considerar la posibilidad de introducir cambios fiscales mayores como impuestos a cambio de seguridad social y derechos universales.
Ya se han cometido demasiados errores de previsión, diseño e instrumentación en la política económica frente a la crisis.
Lo menos que habría que esperar es que, ante la tormenta, se busque unir fuerzas, repartir con equidad las cargas y asumir la responsabilidad de validar la política general por su necesaria aceptación por los mercados, pero también por su obligación de aminorar sus resultados sociales adversos, sector por sector, empresa por empresa, estado por estado, empleo por empleo.
Ante la debacle de la economía, no se puede seguir esperando. Ante el crecimiento de la violencia, lo menos que debería hacerse es construir una política de Estado consensual, mejor enfocada, integral y de mayor temple y mesura.
Llegó la hora de dar la espalda a los espejos, para mirar, directo, a la realidad.