En la reciente Serie del Caribe, donde el equipo de México (Naranjeros) tuvo una pésima actuación, se habló mucho de factores deportivos para explicar el fracaso de nuestros beisbolistas.
Pero lo que casi nadie dijo, y que pudo ser la verdadera causa del desastre, fueron las juergas que corrieron los jugadores entre partido y partido.
Un integrante del equipo “méxiconaranjero” contó que las parrandas eran a morir, desde que terminaba un partido hasta las primeras horas de la mañana siguiente.
El caso no es extraño en el beisbol y podría decirse que forma parte de la idea que se tiene sobre este deporte en nuestro país. Son muy conocidas las historias de grandes peloteros que, dicen las malas lenguas, vivían pegados a la botella.
Quizá la más conocida o comentada de esas historias es la de Héctor Espino, de quien muchos afirmaban que no jugó en las Ligas Mayores porque allá no le permitían, como aquí, beber incluso en el dogout durante los partidos.
Estas anécdotas podrían incluirse en el repertorio del colectivo imaginario, en los chismes que la gente acumula acerca de sus ídolos.
Pero a fuerza de ser objetivos debemos reconocer que en el beisbol la parranda y otras historias negras de tipo sexual son temas añejos, casi inseparables del ambiente.
Mencionar incluso estos temas y hacerlo en forma crítica puede verse como una tontería desde el enfoque del machismo primitivo que enarbolan muchos jugadores y aficionados.
Sin embargo, dichos temas han sido por desgracia un factor significativo en la historia del beisbol, deporte, dicen, que no es tan demandante como el futbol o el basketbol y por eso permite tales excesos.
Los medios de comunicación, cronistas y aficionados, preferimos encubrir la realidad con un velo de espíritu deportivo, donde son comunes las derrotas y fracasos heroicos.
Reconocer, como en este caso, que el equipo mexicano fracasó en la Serie del Caribe porque los jugadores en general prefirieron entregarse a la parranda, es una ofensa.
Y si uno insiste en el tema, le recuerdan que también los jugadores de otros países se entregan con frenesí al dios Baco y que en esto nadie está libre de culpa.
Sin embargo, la realidad es terca y el alcoholismo sigue hundiendo a muchos jugadores en particular y al beisbol en general.
Por eso nos parecían hipócritas y más falsos que un bat relleno de corcho, los argumentos que los derrotados naranjeros esgrimieron ante los medios al regresar de la pachanga… perdón, de la Serie del Caribe.
Que nadie intente poner en duda la entrega sana, pura y titánica de nuestros beisbolistas.
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