Lo que ve el que vive
Adolfo González Riande
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Parece que fue ayer, cuando este suplemento empezó a recorrer las calles de Cajeme, como una gigantesca novela desnudándose de prejuicios y alentando a los habitantes a mirar hacia otros confines literarios, hacia otros caminos de la poesía, la prosa y la crónica.Una novela por entregas, que se abre paso domingo a domingo, entre violencia, amarguras, pandemias, efervescencia electoral, crisis, tragedias, pero también entre alegrías y esperanza.
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Y así, en su peregrinar de 800 domingos, hemos sido testigos de las maravillosas crónicas del Dr. Eustolio del Río, quien hábilmente nos subía a la máquina del tiempo y nos acompañaba en un viaje por los arrabales del DF de los 40s.Como involuntario Izca Cienfuegos, Del Río nos conducía por entre barriadas y cantinas, nos colocaba al pie de banquetas para platicar con la gente del pueblo, y redescubrir así la riqueza de nuestras tradiciones, nuestros sitios, de nuestra identidad.
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Estas pálidas páginas, han sido matizadas con la prosa genial de Mayo Murrieta, sus conversaciones con los médicos de pueblo, su andar itinerante en busca de raíces, han permitido descubrir el Cajeme oculto que muchos, especialmente los de fuera, desconocíamos.
Murrieta fue capaz de colocarnos junto a León Toral y deambular disfrazado de vendedor de medicinas por el valle del yaqui, en busca del General Obregón. Y nos invitó a convivir y a abrevar literariamente en
los últimos días de la emperatriz Carlota Amalia.Màs recientemente, nos trepó al carro de la nostalgia para redescubrir los archivos de la Richardson.
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Las páginas de esta novela, debo decirlo, como hijas putativas de Ramón, han permitido convertirse en la plataforma de despegue de aquellos que sin pretender dedicarse a este oficio de la escribidurìa, como dice el amigo Rogelio Arenas Castro, han hecho sus pininos en modestas crónicas, llenas de nostalgia, recuerdos familiares.
En este sentido, las páginas del QC han visto nacer con agrado a Elías González Vega y Carlos García, con sus emotivas crónicas sobre el valle del yaqui y la colonia “Marte R. Gómez”.
Renuentes a escribir al principio, más tarde comprendieron ambos la importancia de hacer leer a distancia a otras personas jamás imaginadas.
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Las páginas del QC son un arroyo dominical para una población sedienta de cultura, así, celebro las maravillosas crónicas de Vega Frías, y de su continuidad en la ingeniosa pluma de su hija Bety, quien sigue sus pasos.
6
Los rocanroles de aquellos tiempos, las noches de bataca y requinto han resonado en el presente, en la genialidad de Teràn, aquel del “avioncito que no quería volar”.
Sus crónicas de barriada, su rica prosa de sueños y vicisitudes de la infancia, volaron como chanates en tarde dominguera, para depositarse en las páginas de un libro, y cargar la nube de alegría compartida.
Al igual que la Rosseau y sus crónicas musiqueras, con su maravillosa habilidad para diseccionar los acetatos para beneplácito de los melómanos.Ambos han completado el dicho de “sembrar un àrbol, y escribir un libro”.
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Quehacer Cultural, una gran novela escrita por varios y leída por miles, llega hoy a su cumpleaños 800, no habrá pastel, ni sodas, pero sí el compromiso y la alegría y el entusiasmo de quienes domingo a domingo, descargan en sus pálidas páginas, sus emociones, sus historias de vida, su tintasangre que irriga a todos aquellos necesitados de cultura.
Esta novela que hoy alcanza la edad de 800 impresiones, sin duda alguna, seguirá su peregrinar libre de prejuicios, de ataduras, para alcanzar tal vez los 1000 domingos, aunque tal vez muchos de los que domingo a domingo construimos este gran libro público, muy posiblemente ya no estemos para celebrarlo.
En este día de fiesta, siempre recordaremos a los que físicamente ya no están a nuestro lado, a todos ellos que hoy estarían también de plácemes y que desde algún sitio han de mirarnos.No obstante, como dice Silvio:”Soy feliz, soy un hombre feliz, y quiero que me perdonen en este día los muertos de mi felicidad”.