Dice un cronista que en México cada pueblo y cada ciudad tienen su corazón en el mercado municipal.
El enjambre de puestos comerciales, de fondas, hierbas medicinales y tenderetes de merolicos, un calidoscopio de frutas y el aroma del café tostado, forman un universo singular que cobra vida con el regateo de los marchantes, la plática de los amigos y los chismes que nacen allí para difundirse por toda la ciudad.
Así ha sido el MerCajeme desde mucho antes de que a alguien se le ocurriera ponerle este nombre. Fiel reflejo de la ciudad, ha sido como ésta, uno de los más limpios y ordenados del país, pero también una manzana de la discordia para los grupos políticos que quieren dominar Cajeme.
El primer mercado de esta ciudad funcionó en las calles Guerrero y Jalisco a principios de la década 1920-1930.
Poco después, en 1926, fue trasladado a un galerón en la esquina de Chihuahua y No Reelección (hoy tienda Coppel) y después se mudó a la contresquina, donde estaba el Cine Lírico.
En 1930 pasó a su actual ubicación. En los treinta esta cuadra estaba rodeada por los billares y cantinas de la calle Sonora, antros que lucían atestados hasta altas horas de la noche.
Seis meses después de construido, el Mercado se llenó de casetas, principalmente por la Sonora y la No Reelección, partiendo de la 5 de Febrero con las taquerías de Lico Watanabe y Beto Ruiz.
Allí funcionó el Club Verde de Francisco Vázquez y David Artee, la nevería de Pancho Akari y algunas fondas, la cervecería de Jesús Acosta y la tienda “El Peso” de los hermanos Romero Verdugo.
Luego las tiendas de Cecilio López y Ramoncito Gastélum. Allí estuvo también el local del PNR y enseguida la tienda El Ciclón de Víctor Cohen, el restaurante del chino Sam y el kiosko de la Zapatería Cabanillas, la fonda de doña María Salas y la cafetería de “El Manís”.
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