La comida caliente, sabrosa y nutritiva que les da el Mesón Guadalupano, es la única que ingieren decena de hombres y mujeres cada día.
Indigentes, viejos que sobreviven con una rquítica pensión, mujeres y niños en extrema pobreza, son los beneficiarios de esta obra humanitaria.
Al filo del mediodía llegan puntualmente al callejón detrás de la calle Durango, esquina con Galeana, y allí esperan con paciencia a que esté lista la comida.
La espera vale la pena. Una buena comida que tal vez sea la única del día y en un ambiente pacífico, animado por la oración que deben rezar antes de ingerir los alimentos.
Desde hace cinco años, un grupo de mujeres cumplen con amabilidad el mandato divino: Dan de comer al hambriento.
Ellas han asumido este deber sin esperar más recompensa que la satisfacción de ayudar al prójimo.
Animadas por el padre Demetrio Santini, estas damas caritativas fundaron el Mesón hace cinco años, y desde entonces han cumplido cada día con su misión sin perder el entusiasmo que las animó en el inicio.
En esta labor, dicen, "no estamos solas, nos ayudan algunas empresas y particulares que donan los alimentos; si no fuera por ellos, nada podríamos hacer".
Y entre bocado y bocado, los asistentes al Mesón cuentan sus historias de desesperanza, de la tragedia que los obligó a vivir de la caridad, la familia que los abandonó y la pensión que no alcanza para nada.
Algunos reconocen su problema con el alcohol, pero eso no les importa a las damas del Mesón Guadalupano.
Ellas, afirman, no están allí para juzgar a sus semejantes sino para dar de comer al hambriento, como alguien propuso hace dos mil años. |