Hugo, el perro chivero
Jorge A. Lizárraga Rocha
Sábado 28 de Novimiebre de 2009

Ni Manuel ni yo nos acordamos del mes, pero fue en el 2008 cuando Hugo nació en una caja de cartón en un taller mecánico en Cd Obregón. Ahí en uno de los continuos viajes para arreglar mi camioneta Comanche último modelo del 89 importada legalmente, platicando con Hugo el dueño del taller acordamos que en cuanto destetaran a los perritos recién nacidos, un machito me lo llevaría para traerlo a la granja.

Cuando lo traje a la granja, Manuel me preguntó sobre cómo me había hecho del perrito, le expliqué que Hugo el mecánico, amigo de otro Hugo al cual Manuel y yo conocemos, me lo regaló. Con estos antecedentes no fue difícil escogerle nombre al recién llegado, desde ese momento y para siempre se llamaría Hugo, sin apellidos para que no se sientan los Hugos, padrinos honorarios, y porque además los animales no necesitan apellido.

Manuel decidió que Hugo sería perro chivero, pues el Zorra el perro chivero en ese momento (así se dice: el Zorra, no la Zorra ni el Zorro) necesitaba un ayudante y además, siempre se deben tener dos perros chiveros por si a alguno le pasa algo así las chivas no se quedan solas.

Para hacer a un perro chivero, desde recién destetado de su madre se le debe poner entre el rebaño y darle como principal alimento leche de chiva, la que por cierto tiene cualidades nutricionales muy especiales; así el perro se hace del olor, el sabor y la mentalidad, si la tienen los perros que yo creo que sí, de un chivo más, parte del rebaño al que de ahí en adelante pertenecerá.

El Zorra nunca lo aceptó como compañero, desde el primer día le ponía unas zarandeadas para recordarle que él era el rey del rebaño; las chivas no lo rechazaron, pero en su torpeza natural y con lo estrecho de algunos lugares del corral, el Hugo recibió un buen número, más bien un mal número, de patadas, empujones y topes, pero se mantuvo firme y de manera estoica aguantó las zarandeadas que le seguía poniendo el Zorra y el mal trato de las chivas, pues quería ser parte del rebaño y además no le quedaba de otra, estaba entrando a un mundo nuevo, mucho más amplio que la caja adonde nació y que el taller mecánico adonde pudo haberse quedado.

Los primeros días el Hugo después de tomar su leche de chiva veía como las chivas salían del corral a caminar por el campo y a comer todo tipo de hierbas con que se alimentan, todas bajo el cuidado del Zorra. Me tocó varias veces ver al Hugo despedirlas a su paseo diario, y se le notaban las ganas de ir con ellas, pero no les podía seguir el paso y se regresaba a la seguridad del corral.

Cuando las chivas regresaban, el Hugo las recibía con gusto, pero con cuidado pues los pisotones y los topes le recordaban que él todavía era un intruso en el rebaño; además el Zorra se ponía a zarandearlo, por lo que guardaba una sana distancia con el rey del rebaño.

Con el paso del tiempo el Hugo pudo, ¡finalmente!, salir con las chivas a caminar y comer en el campo, quizás al estar con ellas ha de haber tratado de comer hierbas como lo hacían sus hermanas, pero luego luego se dio cuenta de que eso no era para él, entonces solamente se dedicó a seguirlas, guardando la distancia prudente con el Zorra, y aprendió a evitar que otros animales, principalmente otros perros, se les acercarán. Quizás en algún encuentro con otros perros y al ponerse al lado del Zorra para defender al rebaño, se empezó a ganar el respeto del rey del rebaño.

Un día el Zorra apareció muerto, quizá se comió un animal ponzoñoso; los demás perros de la granja, y estoy seguro que el Hugo también, se comieron su cadáver, esa es la ley del campo.

El Hugo heredó así de forma inesperada el trono del rebaño y desde el primer día tomó muy en serio su papel. ¡Ay de aquel animal que se acercara a sus hermanas!; un día al Lobo, otro perro de la granja pero que no es chivero, por lo que no se le permite estar cerca de las chivas, se le ocurrió meterse entre el rebaño, y el Hugo, a pesar de ser mucho más chico que el Lobo, le puso una zarandeada peor que las que el Zorra le metía a él. Desde ese momento se dio cuenta de la importancia de ser el rey del rebaño, tenía

que arriesgar el pellejo para cuidar a sus hermanas.Después Manuel consiguió a otro perro, el Romi, para hacerlo chivero para que ayudara al Hugo en su trabajo. Claro que el Hugo no lo aceptó y le puso varias zarandeadas para que supiera quien es el rey del rebaño.

Hace un rato las chivas y el Hugo pasaron frente a la “residencia norte” adonde yo soy el rey del rebaño, pero adonde no hay rebaño pues por lo general estoy solo. El Hugo al ver que yo estaba observándolos, se me “cuadró” y gruño amenazadoramente como diciéndome “ni se te ocurra acercarte a mis hermanas, estoy aquí para cuidarlas de intrusos como tú”. Claro que eso ni pensarlo, pero para defender yo mi propio reino, le grité por su nombre, se me quedó viendo y se fue con el rebaño; había quedado marcado el terreno entre los dos.

No sé si me reconoció, estoy seguro que no; creo que me reconoce más por el escándalo del motor de mi camioneta Comanche último modelo del 89, quizá se acuerde de que en esa camioneta lo traje en una caja de cartón, en un viaje incómodo que le evitó ser un perro cualquiera de la ciudad para convertirse en el rey del rebaño: Hugo el perro chivero.

Hugo, que gran lección de cómo adaptarme al ambiente en que circunstancialmente me encuentro, lo quiera o no, me has dado.

 
 

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