Volver a casa un siglo después
Jesús Noriega
Lunes 30 de Novimiebre de 2009

Tras el retorno de los restos de guerreros yaquis que devolvió el Museo Americano de Historia Natural de Nueva York a la Nación Yaqui, hay historias desgarradoras de crueldad, muerte, ausencia y dolor que impresionan.

La historia es larga, pero haré una síntesis apretadísima, cuidando que la brevedad mantenga objetividad y veracidad periodísticas.

Entre los días 17 y 18 de noviembre del 2009, los periódicos del mundo y de México informaron, sobre la historia que acompaña a los restos de una docena de guerreros yaquis.

La noticia del viaje de Nueva York a Vícam que hicieron los restos pródigos de los yoremes, dio vuelta al orbe en todos los idiomas. La simple búsqueda de la noticia con las palabras “yaqui indians warriors”, arroja más de veinte mil sitios de internet relacionados.

Muchos de los periódicos reprodujeron el reporte que Mark Stevenson entregó a Associated Press News; incluso en México, la prensa nacional y la gran mayoría de los medios impresos o electrónicos de Sonora, basaron sus notas con el expediente de traducir o interpretar la nota del periodista americano.

A nuestro modo de ver, sobre todo tratándose de InfoCajeme, el portal doméstico al que se aferra la identidad, es necesario sacar los puntos valiosos de la nota de Stevenson y, a la luz de la historia conocida y los documentos disponibles, poner contexto a la desgracia humana de la que proceden los restos de los guerreros yaquis.
 
Los yaquis mantuvieron la defensa del territorio durante el siglo XIX, pero a finales del mismo y principios del siglo XX, sufrieron el embate frontal y salvaje de parte del grupo gobernante, que los tenía por enemigos por el reclamo de autonomía comunitaria e independencia territorial, que el grupo dominante consideraba vergüenza de México.

En esos años se concentró en el Yaqui el mayor ejército del país, superado solamente por los contingentes que resguardaban la capital de la república. Los yaquis, finalmente derrotados pactaron la paz y vieron los avances de la colonización, y cómo se pisoteaba su autonomía con los proyectos de deslinde de terrenos.

Un incidente ocurrido en Bácum en el año de 1899 motivó que los yaquis se levantaran, a causa del incumplimiento de los tratados de paz. Los gobiernos federal y estatal, ante la situación reinante, optaron por el genocidio y la lucha con los yaquis quedaría marcada por los conflictos sangrientos, el despojo y el destierro.

De todos los combates, por la crueldad y el derramamiento de sangre inocente, sobresale el ocurrido la mañana del 8 de junio de 1902, en el que 124 miembros de la tribu yaqui, entre los que hubo mujeres y niños, fueron masacrados en el Cañón de la Ubalama en los cerros de la Sierra de Mazatán.

El recorte periodístico que aparece al lado de estas palabras, se publicó el 8 de junio de 1902 en el New York Times; con él, el Gen. Luis E. Torres mentía al mundo, pues pocas horas después, los soldados a su mando masacrarían a los integrantes de la tribu yaqui.

De ese día, la historia de la región y de Sonora, guarda en el rincón de las miserias humanas las acciones horrendas del Cañón de la Ubalama, en la sierra de Mazatán.

Las tropas del 4º, 11º, 12º y 19º Batallones a las órdenes del Gen. Agustín García Hernández, acribillaron sin misericordia a los miembros de la tribu yaqui que huían del exterminio.

Dice el primer parte de combate del Gen. Torres: “…Entre los enemigos hay muchos muertos, y mujeres y niños prisioneros”. Y luego añade: “Las pérdidas por nuestra parte son insignificantes”.

En el parte detallado del Gen. García, se lee: “…Reconocido el campo, se descubrió que el enemigo sufrió las siguientes pérdidas: muertos, 78 hombres, 26 mujeres y 20 niños, y prisioneros 234 individuos de ambos sexos y diferentes edades, no contándose en ellos hombres mayores de más de 10 años”.

Y remata el brigadier, en clara alusión al Gen. Torres: “Felicito á Ud. Por el triunfo de este hecho de armas, y me honro en acompañarle los documentos respectivos por correo extraordinario”.

Ambos militares, anotaron en sus registros que la mañana del 8 de junio de 1902, día domingo por cierto, los soldados dispararon durante dos horas a la muchedumbre amontonada en el Cañón de La Ubalama; describen el cajón que hacen las montañas, y dicen que por un lado choca con paredes muy escarpadas, y por el otro, termina en paredes que es casi imposible treparlas.

Así, a partir del año de 1902, con la campaña militar reiniciada apenas el mes anterior a la masacre, se intensificaría el intento de exterminio y dispersión de la tribu yaqui. En lo sucesivo, los indígenas serían asesinados o capturados para venderlos como esclavos en plantaciones cañeras del Istmo de Tehuantepec o en las haciendas henequeneras de Yucatán.

Entre 1902 y 1910, al menos ocho mil, pero posiblemente, tantos como quince mil yoremes, de una población total de treinta mil -las cifras varían de autor a autor- fueron vendidos como esclavos a 75 pesos cada uno.

A principios del siglo XX, poco más de doscientos yaquis emigraron a Arizona para escapar a la subyugación y la deportación a las regiones sureñas del país. Hoy en día, alrededor de 10,000 indios yaquis viven en el pueblo llamado Barrio de Pascua, a dos millas al oeste de Tucson, Arizona, en los Estados Unidos. Muchos de ellos son descendientes de los refugiados políticos que huyeron de su patria y llegaron hace más de un siglo.

El antropólogo Ales Hrdlicka formó parte de la Expedición Hyde del Museo Americano de Historia Natural que investigaba las etnias de México; viró el viaje a tierras sonorenses, porque le interesaba particularmente el estudio de los yaquis. Semanas después de la masacre, Hrdlicka se dedicó a recolectar artefactos, huesos y cráneos de los yaquis muertos.

Con frialdad que asusta, Hrdlicka escribió en su diario de campo los muchos trabajos que pasó para trasladar los restos humanos en los furgones del ferrocarril, pues que a pesar de rellenarlos con la arena que introdujo a las cajas mortuorias, los restos humanos estaban en estado de putrefacción.

A escondidas, desprendió a machetazos las cabezas, y las hirvió, aunque al final lo descubrieron y lo bajaron del tren con todo y carga. Después escribiría un artículo que tituló “Notes on the indians of Sonora, Mexico”; escrito al que en buena parte se debe que los detalles de la masacre del Cañón de la Ubalama ahora sean conocidos.

El paleopatólogo Ventura R. Pérez, profesor de la Universidad de Massachusetts, estudioso de las lesiones de guerra en cadáveres, revisó en los años recientes las osamentas y descubrió otros detalles de la horripilante historia que guardan.

A partir de sus investigaciones, propuso que algunos indios fueron golpeados hasta matarlos -probablemente para ahorrarse municiones-, tras la emboscada. Incluso, Ventura documentó que algunos tenían las heridas de bala que dejan las ejecuciones en la parte posterior de la cabeza, en tanto que a otros, parece que les cortaron las orejas para tenerlas de trofeos.

Según los funcionarios del museo de Nueva York, ésta es la primera vez que devuelven parte del patrimonio a cualquier gobierno extranjero. Otros en cambio aducen que la devolución obedece a que "las sensibilidades culturales y valores dentro de la comunidad de los museos cambiaron", con respecto a los que había en la época en la que Hrdlicka los concentró.

Aquellas osamentas humanas, incluida la de una mujer embarazada, que llevó Ales Hrdlicka al Museo Americano de Historia Natural a mediados de 1902, son los restos que por interés de las autoridades tradicionales de la Nación Yaqui, y tras arduas gestiones burocráticas y diplomáticas, volvieron a casa el pasado 17 de noviembre. 107 ausentes y largos años después.

Los restos humanos y pertenencias devueltos a la Nación Yaqui, quedaron al amparo de la madre tierra en el paraje llamado “Metetoma”, en las cercanías de Vícam en el estado de Sonora.

Detrás del regreso de los caídos en la masacre del 8 de junio de 1902, aparece nuevamente el legado de la Nación Yaqui, la que ni fue ni será decadente ni sumisa; allí está, incólume, la resistencia histórica del Pueblo Yaqui a la invasión del territorio y a la dominación del pensamiento, así como la lucha por la justicia y la libertad.

Vale…, agur.

Jesús Noriega

 
 

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