El inicio de año nos trajo una avalancha de información sobre los problemas que atraviesa la capital del Estado debido a la escasez de agua potable, factor que afectará a las familias hermosillenses directamente, pero también a las actividades productivas y en general a toda clase de actividades.
El alud informativo viene acompañado de un razonamiento que quiere ser infalible: Si necesitamos agua para Hermosillo es inevitable construir el acueducto que nos la traiga desde la presa de El Novillo.
Lo curioso de este argumento es que sus defensores son habitantes de la capital del Estado, desde simples ciudadanos que con honestidad reclaman la urgencia de resolver este problema, hasta políticos de diferentes partidos que empiezan a subir la voz para que se autorice la construcción del mencionado acueducto.
Pero los habitantes de la cuenca del Río Yaqui, los de Cajeme pues, tienen una opinión radicalmente distinta. Si el agua de El Novillo es para las actividades productivas de esta región, no tenemos por qué cederla, aunque sea en parte, a otra ciudad o municipio.
Los líderes de opinión en el Valle del Yaqui saben a ciencia cierta que si se permite este traspaso de agua, por ley será una decisión irreversible y en el futuro con cualquier pretexto se incrementará la extracción a través del acueducto para beneficio del centro del Estado, en detrimento, por supuesto, de la población y de las actividades productivas en el sur de la entidad.
El agua no nos sobra en el Valle del Yaqui. Por el contrario, algunos años de sequía han evidenciado los problemas que ocasiona la disminución del suministro, primero con el recorte de superficie cultivable y después será con otras actividades agropecuarias para finalmente afectar al consumo humano.
Este razonamiento no es exagerado, menos aún ante el panorama incierto que nos dibuja el calentamiento global.
De seguir por esta ruta, no tardará mucho para que tengamos una lucha entre regiones del mismo estado por el abastecimiento de agua. ¡Cuidado!
El conflicto en ciernes tiene su origen, entre otros factores, en la irracionalidad de los gobiernos que sucesivamente ha tenido Sonora en las últimas décadas, irracionalidad por alentar el crecimiento de la capital del Estado a pesar que desde hace muchos años se sabía que su disponibilidad de agua era menos que suficiente y que la sobreexplotación de los mantos causaría un problema de grandes dimensiones que ahora empieza a aflorar.
Adictos al centralismo, o mejor dicho a los negocios propios y de sus socios en Hermosillo, los gobernantes de Sonora tuvieron poco reparos en atender esta realidad y favorecer otros polos de desarrollo en la entidad que sí contaran con un abastecimiento seguro en los años siguientes.
Bajo esta irresponsabilidad, la capital sonorense creció a grandes pasos y en esa medida fue creciendo el problema de la escasez de agua. Hoy apenas empieza lo que puede ser una situación desesperante y permanente para sus habitantes.
Ante esta situación crítica, la opción más fácil postulada desde el centro es construir un acueducto desde El Novillo a la capital del Estado.
Y la suma de voces desde allá crece también cada día. Recientemente el rector de la Unison, Heriberto Grijalva Monteverde, declaró en su visita a Cd. Obregón que la construcción del acueducto no significaría ningún problema habida cuenta que se pierde más agua en el riego de las tierras agrícolas del Valle.
Por ese rumbo van las justificaciones de quienes promueven el acueducto: Que se pierde más agua en riego agrícola, que Cajeme no resentiría aportar un pequeño porcentaje del agua de la cuenca del Río Yaqui, que es una obligación moral y solidaria, y otras ideas similares.
A la par, desde el mismo Gobierno del Estado y desde otras instancias empresariales y políticas de la capital, se desdeña o subestima la opción que representan las plantas desaladoras.
Aunque parezca exagerado, no debemos desestimar tampoco la posibilidad de que líderes políticos y empresarios asentados en Cajeme y el Valle del Yaqui en general acepten la propuesta del acueducto sólo para beneficiar sus intereses particulares o salvaguardar sus carreras burocráticas.
Es de esperar que en los próximos meses arrecie una serie de “regalos” o “concesiones” a la élite del poder en nuestra región para que poco a poco vaya cediendo su oposición al acueducto y termine por aceptarlo gustosamente. También es cierto que dentro de poco la ciudadanía cajemense puede ser bombardeada por publicidad proacueducto.
Pero como demuestra en esta edición de Infocajeme el investigador Rodrigo González, la construcción de desaladoras es la mejor opción para enfrentar entre todos los sonorenses el futuro caótico que se avecina por la escasez de agua.
Esperemos que la irracionalidad de hacer crecer demasiado a Hermosillo, no sea secundada por la irracionalidad de rechazar la opción que representan las desaladoras.
De persistir la actitud irrazonable, iremos a una lucha entre regiones que en nada nos beneficiará como sonorenses y como mexicanos.
Julio Ernesto Félix
jefelix2007@hotmail.com