Volver a Veracruz
Adolfo González Riande
Viernes 15 de Enero de 2010

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He regresado al puerto de Veracruz, con la angustia de conocer de cerca la salud de mis padres, pero al mismo tiempo con la ilusión de cerciorarme de que, en lo que cabe, ambos han cruzado el umbral de los 90s, vivitos y aunque Ud. No lo crea lúcidos. Regreso a Veracruz, con una pausa de casi año y medio, para conocer de cerca realidades, sentimientos, añoranzas y sueños detenidos.

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Veracruz me recibe con una inusual actividad de inicio de año, terminales de autobuses repletas de paisanos que se apresuran a ganarse los taxis unos a otros.Aunque Ud. No lo crea, en esas condiciones, un taxi me cobra 30 pesos por un trayecto de aproximadamente 20 minutos, desde la Central de Autobuses de Primera hasta la Unidad Ruiz Cortines. Hacer una sobremesa en casa de mi sobrina Claudia, y conversar largo y tendido  con mis sobrinos, mis hermanas, mi madre y mi hermano Antonio, a quien no veía desde mil novecientos y quihúbole

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El trayecto del viaje, me permite conocer rápidamente algunas pasos a desnivel espectaculares que no conocía obviamente.Como siempre, el trayecto permite un interesante dialogo con el chofer. El diálogo se convierte en una inesperada puesta al día de los acontecimientos porteños, que van desde comentarios sobre la labor del gobernador Herrera Beltrán, la alza de productos, el inesperado cambio de clima producto de los frentes fríos, hasta el insoslayable tema en torno a la contratación de Cuauhtémoc Blanco, como cuasi Dios  al que de seguro los jarochos quemarán incienso y seguirán rumbosamente cada quince días.

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Volver al puerto es platicar largo y tendido con los colegas periodistas, algunos de los cuales no había visto ¡desde que salí de la facultad en 1974! La animosidad del encuentro permitió un intercambio de anécdotas y cafés en Sanborns y típicos desayunos en “La Estancia de la Boca”, donde me convertí en invitado ocasional de mi compañera Dolores Roa y su esposo Jorge.

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Volver a Veracruz es reencontrarme con mi madre y mis hermanas y sobrinos, sentarnos plácidamente en el “Café de La Parroquia” a echarnos un “lechero” con  una “torta de elote”.Visitar una y otra vez La Parroquia es embriagarse del aroma de café, y el murmullo de los cientos de asistentes que abarrotan diariamente este popular café, al que Carlos Fuentes llamó en alguna ocasión “El Wall Street de los jarochos”, con justa razón, pues ahí se disfruta del riquísimo café y se prepara el escenario ideal  para los negocios.

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Regresar a Veracruz, es regresar a una cita obligada a los portales y al zòcalo.Convivir con mis primos, echarnos unas cuantas cervezas y percibir el palpitar de un puerto que se aproxima a festejar el bicentenario, con la animosidad propia del porteño, con la algarabía intrínseca del carnaval, los domingos bullangueros en el zócalo, en esa mítica Plaza de Armas de tiempos coloniales, que permite subirse a la máquina del tiempo (perdóname H. G. Wells”, por citarte de nuevo sin comillas) y recrear las noches de reencuentro de la sociedad veracruzana, donde los caballeros caminan por fuera al encuentro de las damas que caminan por dentro del zócalo


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Volver al puerto, es embriagarse de pasión futbolera, de revisar los diarios  que hablan sobre el debut de Cuauhtemoc .Es convertirse en prosélito de la fiebre futbolera y soportar el “chipichipi” y los 6 grados, algo inusual e histórico, para presenciar un Necaxa-Veracruz, y ahogar una y otra vez los gritos de júbilo ante las situaciones de gol de los Tiburones Rojos ante la portería rival.La asistencia al “Luis de la Fuente” es participar de un rito colectivo, de una especie de religión sabatina  que conlleva el sello de olvidar las frustraciones de la semana, o si lo prefiere, adelantar las frustraciones del 2010 que se avecinan.La presencia del Cuau es como asistir a un ritual, y quemar incienso y hacer estallar los Huehuetl y  el Teponaztli en un templo-estadio donde “el mejor jugador de México”,  se erige como un Dios y donde el `aficionado se convierte en un feligrés que quema incienso para agradar a su “Águila que cae”,envestido por ahora como tiburón.

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Volver a Veracruz es monitorear de cerca el crecimiento económico del puerto,es palpar las exigencias de la vialidad que han hecho que la mítica estatua de Salvador Díaz Mirón, tenga que ceder al paso de la modernidad, y desaparecer su glorieta, y su emblemática estatua retirarla a unos cuantos metros.Volver a Veracruz, es enterarme del chisme del día, provocado por las exigencias del actor Mel Gibson, quien para filmar algunas escenas de su nueva película, obtuvo el permiso de su amigo el gobernador del estado, para rodar en las crujías del mítico Penal de Allende. Por supuesto, sobra decir, que la incursión cinematográfica, provocó una inesperada cuerda de reos hacia otros centros penitenciarios del estado, que a su vez provocó el enojo, y con justa razón, de los familiares de los reos, quienes estaban más enterados de las exigencias del popular Gibson, que de la suerte de sus familiares.

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Regresar al puerto, es conocer los comentarios de literatos y políticos sobre el quehacer de Herrera Beltrán. Carlos Fuentes lo ha señalado ya como una de las sorpresas presidenciables .Es enterarse de los comentarios y críticas de la oposición, quienes al enjuiciar la labor del Tío Fidel, no dejan de reconocer que “Fidel no duerme” dicen los panistas, en tanto que los del Sol Azteca, señalan simplemente “De lo único que no podemos señalarlo es de flojo”.

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Volver a Veracruz, es conversar con mis colegas, y conocer que el gobierno del Tío Fidel ha rebasado las metas de Veracruz, donde se destacan la mecanización del agro, donde los datos oficiales destacan un total de 8525 tractores que superan por mucho la meta de 1000..En este sentido, me cuentan mis colegas, ya somos ahora-los veracruzanos- hasta productores de maguey, y en este mismo rubro, me cuentan de las exportaciones de carne al mercado japonés, y de limón persa a Bélgica..,y como diría la Loyis Pérez Rubio: ¡Pa que vayas y cuentes mi Fito!

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De salida, aprovecho para surtirme de café, “toritos” y puros para mis amigos de Obregón, y de diarios y revistas para mis colegas. Soportar el frente frío Num. 22, recibir el obsequio de una bufanda confeccionada por mi hermana, y volver nuevamente a La Parroquia a compartir con mis hermanas, mi madre con su  nieta y bisnietos, y contemplar como la tarde languidece y con ella mis últimas horas en Veracruz.

 

 
 

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