Beti Vega y los escritos de Pancho
Jesús Noriega
Viernes 19 de Febrero de 2010

Estoy emparentado con Beti Vega por la vía del tronco paterno de ella y de los genes de mi madre; sin embargo, fue hasta el mes de noviembre pasado que la conocí en persona…

En persona no la conocía pero por sí por los escritos, porque hace mucho tiempo, leyéndola, configuré la idea de una mujer voluntariosa y con gran fortaleza moral, particularmente por las composiciones que le publica Ramón Íñiguez en el Diario del Yaqui.

Luego, casi por accidente, un día presentaron un libro y los asientos nos dieron las vecindades. Beti llevaba puesta la sonrisa que le heredó a su mamá, en un brazo cargaba la tremenda bolsa donde caben licuadora portátil, plancha, libros y las llaves del carro que nunca encuentra.

Con el brazo libre remolcaba la traviesa y agorzomada humanidad de la amiga del alma. Apenas la presentaron, redescubrí a la Beti Vega que había intuido en los escritos.

Luego, con el pretexto del parentesco, tuve extraordinarias oportunidades de acercar los afectos y conocí a Pancho Vega. Me plugo de la amistad y la querencia sierreña por ambos.

Hoy, con motivo de la presentación del primer libro, producto de la autoría compartida de Beti y Pancho, sobran motivos para gritarle al mundo que el esfuerzo de Beti enorgullece.

Beti ha llevado su acercamiento a la escritura con triple reto: por el deseo de poner en el papel, con discurso honesto, el corazón de sus vivencias; por el ejercicio de entregar con la palabra escrita el legado de sus experiencias a la sublime extensión de su existencia, pero, y también, por el enorme compromiso de acompañar con el ejemplo al padre.

Beti escribe, pero sobre todo, con amor inevitable de hija agradecida, auspicia la vigencia intelectual de Pancho, el padre de mente ubicua.

Y Pancho Vega, chirotón que es, agarra los mudos papeles y los enjambra con relatos orejanos para tiriciar con ellos a los sentimientos mostrencos; plasma con ternura, con limpieza, al hombre noble para quien la vida a los ochenta y pico, sigue siendo regalo dado apenas ayer…

En la travesía de las gratitudes, de la admiración y el aplauso por este libro –mientras llega el que sigue-, desde el refugio arizonense, felicito también a su esposo, fiel cómplice; a sus hijos, los tiernos alcahuetes, porque todos juntos contagian optimismo, reponen pedazos de Milpillas o, son memoria de familia unida y esperanzada en pleno corazón del Cajeme.

Vale, agur.

 
 

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