Apuntes
Hugo Vargas
Miércoles 16 de Mayo de 2007
Nuestros políticos deberían ser integrantes de los repartos de películas y obras de teatro. Llevan y traen problemas que se pierden en el marco de los intereses partidistas, dejando a un lado el interés de México.
Que si un panista está sentado en la silla federal, que si posan para revistas para hombres o dan entrevistas para la conocida revista Playboy. No importa qué tanto están preparados para legislar para este gran país, México. Sus intereses son, sin duda alguna, primero.
Qué arrogancia de representantes populares. Sin embargo, la vida sigue y déjeme contarle que el PRI vuelve a ponerse en la plataforma de la comidilla diaria, ahora que Roberto Madrazo publica en su libro “La Traición”, que gobernadores de su partido apoyaron la candidatura del panista Felipe Calderón.
Visto a simple vista, los panistas deberían de arrancarse los pelos indignados por las posturas tomadas por sus representantes, pero… Pero, sería bueno analizar esa pérdida de coto de poder del PRI, en el tiempo.
Es evidente que el reinado del ex partido en el poder fue largo; unos dicen que fructífero y los otros, se indignan por esa dictadura de partido establecida en base a la denominada “democracia”.
De tener casi el cien por ciento de los votos a puestos populares, la imagen del PRI se perdió en el tiempo, acrecentado su debacle desde 1970 con las políticas populistas de Luis Echeverría, quien enfrentando a los hombres del poder económico, dejó sumido a México en la crisis.
Y así siguieron José López Portillo, Miguel de La Madrid, el sempiterno Carlos Salinas, quien logró se le denominara el presidente de la nueva era; sí, cumplieron sus mandatos y caprichos en base a la marginación, demagogia y pobreza del pueblo mexicano.
La caída del ex partido en el poder se fortalece con la pobreza encontrada en los mexicanos, quienes durante la década de los sesenta y setentas consideraban que la única vía para la democracia era la revolución armada.
Una “revolución armada” sustentada en la represión de los gobiernos y en enrarecimiento de los postulados democráticos, basados en una mayor brecha entre ricos y pobres.
Quizás Ernesto Zedillo sea la punta del iceberg. Permitió que la democracia floreciera por inercia propia y separó el cordón umbilical PRI-GOBIERNO. Cuántas críticas le costaron a quien pudo sortear la peor crisis económica del país.
Pero la situación estaba lista para que se expresaran los mexicanos en las urnas, y así llega Fox a la presidencia sustentado en promesas de índole económico que no cumplió, por uno u otro motivo.
Evidentemente Fox tuvo un gran aliado (independientemente de sus “amigos): las mujeres y la generación perdida de la década de los ochenta. Generaciones que exigían nuevos caminos hacia el trabajo y una mayor distribución de la riqueza.
Era lógico que si el PRI con su poderío no podía satisfacer esas demandas, y con una democracia que se respetaría, la gente pensara en cambiar de “sayo”, lo cual sucedió para demostrarle al entonces partido en el poder, que la mentalidad de los mexicanos había cambiado.
Y esto estaba muy claro, pues Francisco Labastida Ochoa negó haber sido traicionado o engañado por Zedillo. “Sabía que tenía que remar a contracorriente, sabiendo que las encuestas señalaban que 64 por ciento de los mexicanos estaban esperando un cambio”.
Ahora Madrazo se queja de que perdió por la falta de apoyo de los gobernadores priístas, pero olvida que en un cambio las mentalidades optan por la mejor opción, y él, evidentemente, representaba el ocaso, los dinosaurios, la falta de confianza y varias triquiñuelas más del PRI.
El PRI debe enfrentar el futuro con cambios radicales, y eso obliga a esa camarilla de escorias que están enquistadas en dicho partido, a ser despedidos para que realmente vuelva a renacer ese partido político.