Cuando la tarde languidece…
Luis de Las Heras
Jueves 28 de Junio de 2007
¡Toda la tarde llorando sin parar!
Sentir que se ha perdido cuando en verdad no se ha perdido nada y sin embargo sentir que se nos cae la vida en pedazos.
¡Qué duro es pasar la tarde llorando sin consuelo, y después del partido ir en busca de nuestros seres queridos!
¡Mar de lagrimas que anidan en los ojos e inundan el alma, ante el estupor de ver cómo, sin embargo la vida continúa! Se ha perdido ante la genialidad, y es como un sentir que se ha perdido sin haber perdido nada. La pantalla gigante repite la jugada del segundo gol norteamericano, y parece como si un verdugo cibernético echara sal en las heridas de un pueblo eufórico y desconsolado al mismo tiempo.
En el King Kong a las tres de la tarde del domingo 24 de junio, se respira un aire de desconsuelo, un microcosmos de risitas que quieren contener un mar de lágrimas. Los parroquianos se miran unos a otros de mesa a mesa y se intercambian sus frustraciones, como quien se termina una ballena y quiere más. La tarde languidece, y una amargura tan densa como la niebla de humo de cigarros, se niega a disipar.
La pista de baile que animan las rolas del tropicalísimo Apache que fluyen por el local, se edifica como un majestuoso cementerio, un día de luto deportivo. Unas pocas chicas danzan con su improvisados fredastaires de todos los niveles sociales. Algunos bailadores lucen la verde, algunos otros derivan en émulos de héroes chivas, águilas y ¡uno que otro con la casaca de los Yaquis!
Los ebrios asistentes, parecen compartir su dolor, pareciera que su identidad ahora es la frustración enmarcada en elyamerito patrioterodeportivo. En la pista, un improvisado galán de la Jardines del Valle se abraza con la Lupita, como un acto de catarsis colectiva que conlleva al desenfreno emocional por la derrota ante los pinchis gringos.
Un ambiente enrarecido de miados y perfume—como diría Rubén Blades—flota como una densa capa que envuelve y penetra. Las ballenas siguen su danza de escanciar los vasos de los parroquianos, ebrios de gloria efímera sobre las mesas del lugar. La tarde languidece y los asistentes a esta representación de poner en juego el prestigio nacional en los calzones de unos aventurados y esforzados compatriotas, parece que llega a su fin.
Poco a poco el ánimo se va calmando, algunos buscan su bicicleta, para emprender el largo camino a casa, cual si fueran émulos de aquel Pablo Pueblo del ya citado Blades, tras la convivencia pacifica, son:”hijos del viento y la calle, de la miseria y el hambre, del callejón y la pena,…su alimento es la esperanza, sus pasos no llevan prisa y sus sombras nunca los alcanzan”.
Tras la partida rauda de los bicicleteros, queda otro sector de parroquianos, esos de lentes oscuros y camisas brillosas, y de descomunales esclavas de pacotilla, esos seguramente volverán a sus casas de la mano de Guardado y Osorio. Cada señor que pase junto a ellos se les figurará un Oswaldo Sánchez, un Nery Castillo, un larguirucho con cara cantinflesca será sin duda Borgetti.
Bueno, se perdió la virtud de ser los ganadores, de derrotar al yamerito, tanto ellos los héroes del domingo al igual que todos nosotros emprendemos el regreso a casa, como volvemos diariamente de la chamba, de la escuela con los buquis, del súper con la señora, de las tortillas con la sirvienta, con la bicicleta fiel esquivando los perros en la México y la Municipio Libre, de la oficina a la casa en el retacado Línea 12.
Y la borrachera justificada por el juego del hombre, llegó a su fin, poco a poco los invitados de ocasión se irán uno a uno. ¿Se acuerdan del Tricolor y el valiente mochiteco Bravo? Quedarán para siempre en nuestra memoria las atajadas de Oswaldo, los últimos minutos de un Cuauhtémoc y un Bofo batallando ante la desesperación del empate.
Cada chaparrón que pasa por delante de nuestra mesa, es un Omar, un Osorio. Y a todos les decimos, "chasgracias, Guardado gracias por tus corridas incansables y el gol esperanzador que nos ilusionó por momentos". Gracias Rafa Márquez por ganar todos los envíos por alto, por volar como un pájaro y pegarle todos los frentazos. Fuiste la figura de este equipo, uno de sus pilares y nos regalaste un ejemplo de señorío y gran derroche.
Gracias Pavel, Magallón, Salcido, Lozano, y “Venado, por correr y correr en el medio, por no dejar subir a los contrarios.
Adiós, Pavel Pardo, Osorio, Nery, y los calentadores de la banca que también ¡sufren!
San Oswaldo te debemos tanto, en las noches de insomnio futbolero, hemos de figurarnos que detienes el tiro de Donovan, penal rigorista pero penal al fin y al cabo, que rompía el corazón de miles de seguidores en el Soldier Field.
De todos modos, gracias Hugo, por hacernos nefelibatas de fin de semana, de tu arrogancia prepotente, por hacernos copartícipes de tu aventura, y compartir tu acto circense de tragarte las palabras del orgullo, y desde esta atmósfera de miados y mugre, fluye un grito sonoro de ¡Viva México, cabrones!