El efecto financiero
Magdalena Galindo
Domingo 17 de Junio de 2007
A partir de la crisis económica que se inició allá por los años setenta del siglo XX, se produjo un fenómeno que puede encuadrarse en el término “financierización” de la economía mundial, es decir, una hipertrofia del sector financiero que significa que los capitales que se mueven en las bolsas del mundo, duplican o triplican a la economía real, esto es al movimiento de mercancías y servicios que se realiza en el mundo.
Tal crecimiento anormal del sector financiero se explica en gran parte por la propia crisis económica que implica que los dueños del capital no encuentran campos rentables de inversión en la producción de bienes y servicios, por lo cual se refugian en la especulación.
Por supuesto, para el capitalista significa un riesgo mayor invertir en la bolsa que en la producción de bienes y servicios, pero asume ese riesgo porque la crisis consiste precisamente en que las ganancias disminuyen o se convierten en pérdidas en la producción real y, además, porque aunque con un mayor riesgo, en la bolsa pueden obtenerse ganancias extraordinarias.
Esa hipertrofia del sector financiero ha tenido enormes consecuencias para la economía mundial.
En primer lugar, ha fortalecido la hegemonía del capital financiero y esta hegemonía ha significado que esa fracción del capital haya impuesto (por medio del chantaje de la deuda) las políticas neoliberales en los países subdesarrollados, a fin de permitir la libre movilidad del capital en todas sus formas: como capital-mercancía, como capital-productivo y como capital-dinero.
Otra consecuencia de similar importancia es que la movilización instantánea del capital, a través de las bolsas del mundo, ha determinado una mayor fragilidad de las economías y un más rápido contagio de las crisis.
Como las bolsas se rigen por la ley de la oferta y la demanda, en el momento en que hay una señal de alarma, sea por motivos económicos o políticos, los inversionistas se asustan y huyen en estampida, sobre todo de los mercados emergentes.
Eso es precisamente lo que ha ocurrido en el llamado efecto tequila de 1994 o el efecto dragón de 1997, en el efecto vodka de 1998 o en el efecto samba de 1999.
Aunque en todos los casos, hay motivos propios de la economía, que generan esa primera señal de alarma, la gravedad de la crisis financiera obedece a la fuga en masa de los capitales.
Por eso, lejos de ser una buena noticia, como los neoliberales que están en el poder lo sostienen, es alarmante que en la Bolsa Mexicana de Valores el saldo al finalizar abril de la inversión extranjera haya sido de 168 mil 442 millones de dólares, es decir, es más del doble de las reservas de divisas que se ubican alrededor de los 70 mil millones de dólares.
La experiencia de las crisis financieras de los noventas indica, sin lugar a dudas, que el capital invertido en acciones en la bolsa es por naturaleza golondrino y México no cuenta con las reservas suficientes para enfrentar una estampida. Se trata en efecto de un capital peligroso y de una situación delicada