AMLO: un libro revelador
Jorge Zepeda Patterson
Domingo 01 de Julio de 2007
La versión de Andrés Manuel López Obrador sobre el 2 de julio no tiene muchas sorpresas, pero está llena de revelaciones.
Y digo que carece de sorpresas porque el libro que esta semana ha puesto a circular el llamado “presidente legítimo”, La mafia nos robó la presidencia (Editorial Grijalbo), reitera la noción del complot y carece de autocríticas sobre la forma en que perdió la ventaja de 10 puntos que mantenía apenas dos meses antes de la elección.
Pero, en cambio, es un testimonio en el que abundan pasajes desconocidos y anécdotas de algunos hombres y mujeres de poder que maquinaron en su contra.
Por ejemplo, la forma en que Carlos Salinas operó la exhibición de los videos de Ponce y de Ahumada está detallada minuciosamente. O las reiteradas maneras en que Fox violó la ley para evitar su ascenso.
Incluye largos pasajes sobre Roberto Hernández, el ex dueño de Banamex, y sus esfuerzos para precipitar su caída.
Son de interés las revelaciones sobre algunos columnistas y conductores de televisión captados en diálogos vergonzosos con personajes como Emilio Gamboa.
Las “plumas de vomitar” de AMLO siguen siendo Salinas y Fox, y algunos grandes empresarios; a todos ellos les dedica las páginas más punzantes. Pero en el libro menudea también su resentimiento contra personajes de los que se sabía menos. Tal es el caso de Enrique Krauze, quien le había catalogado como “Mesías del Trópico”.
Krauze es un intelectual orgánico del PAN, disfrazado de demócrata dice AMLO, pero claramente evidenciado por sus intereses e ideología que lo llevan a considerar al porfirista Luis Terrazas como un héroe de la historia, a pesar de haber sido el famoso dueño de Chihuahua durante décadas. Claro, diría AMLO, Terrazas es bisabuelo de Santiago Creel.
Sin embargo, habría que decir que la mayor parte de las 300 páginas del libro no están dedicadas a los rencores o agravios, y ni siquiera al 2 de julio.
El primer capítulo aborda su infancia y su juventud en Tabasco, el segundo relata sus andanzas como presidente del PRD y el tercero su experiencia como jefe de Gobierno.
Sólo el cuarto y último de los capítulos remite a la presidencia que no llegó.
En realidad la intención del libro de López Obrador es ubicar la batalla por la presidencia como un mero capítulo de una guerra más vasta y prolongada cuya meta última es la justicia social en México.
AMLO concibe su vida como una especie de gesta épica en pos de ese sueño imposible, en el que el guerrero carece de control sobre las infamias y poderosas fuerzas que lo obstaculizan, pero cuenta con su inquebrantable fe en la verdad que le asiste y la fuerza de sus convicciones.
Llama la atención, por ejemplo, el calor y la pasión con la que describe la primera marcha del sureste al Distrito Federal en 1991 para impedir un fraude electoral en un pequeño municipio de Tabasco.
Su vehemencia al describir esta primera experiencia de resistencia es tanta o más que la empleada 200 páginas más tarde para narrar el plantón en Reforma para reivindicar su triunfo por la presidencia del país.
Como cualquier narración épica, el libro de AMLO está cruzado por la lucha entre el bien (representado por los humildes y sus defensores) y el mal (los políticos poderosos y empresarios depredadores).
Por eso es que proliferan las convocatorias a la congruencia moral y a la visión de la política como un compromiso ético. Sin embargo, cualquier lector avispado encuentra contradicciones que sólo el autor es incapaz de percibir.
Al hablar de la necesidad de aceptar candidatos externos, ex priistas, López Obrador afirma que no se vale el maniqueísmo: “los políticos no se dividen entre buenos y malos”, o de quién llegó primero.
“No se puede cuestionar o juzgar a priori, a rajatabla. Hay que cuidar los principios pero debe darse el beneficio de la duda”.
Tres páginas más tarde el autor retoma su insistencia en el imperativo de nunca negociar con las convicciones y los principios.
No sé cómo habría sido Andrés Manuel López Obrador como presidente. Lo que sí sé es que Felipe Calderón ha podido serlo en gran medida gracias al comportamiento de Andrés Manuel como adversario.
Si bien muchos cuestionamos sus decisiones cuando convocó al plantón de Reforma o cuando decidió erigirse como “presidente legítimo”, habría que reconocer que a partir de la toma de posesión de Calderón, el tabasqueño prefirió eclipsarse de la escena nacional y eligió evitar convertirse en el temido y presagiado enemigo de la gobernabilidad. Algunos dirán que no tenía ninguna otra opción.
Pero desde luego que sí la tenía: pudo haber cumplido las profecías de sus detractores y, efectivamente, convertirse en un peligro para México.
Pudo haber encabezado a los radicales de su bando (que eran muchos) y ponerse al frente de los conflictos sociales que proliferan en el país, paralizar aeropuertos y carreteras y obligar al gobierno a la represión.
Pudo fácilmente incendiar al país. Ciertamente era un suicido político, pero a cambio podría haber condenado a México a la ingobernabilidad.
Él pudo haber convocado a la violencia y eligió no hacerlo.
Por el contrario, en estos meses López Obrador ha recorrido el país sin mayores aspavientos y ha escrito un libro de manera callada. Un libro que a ratos es candoroso, y a ratos revelador.
Un libro indispensable para completar la visión de lo que fue el 2 de julio.
Ciertamente es una versión parcial: no podía ser de otra manera tratándose de un protagonista; pero un protagonista decisivo que por vez primera ofrece una perspectiva tras bambalinas sobre su derrota y, más importante, cuál podría ser su papel en el futuro inmediato de México.
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