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Domingo 24 de Nov de 2024
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No estaba muerto...

Elías González Vega
Lunes 16 de Julio de 2007
 
Alrededor del mediodía del aquel 16 de septiembre del 1985, me sambullí en las tranquilas aguas del “Rincón de Guayabitos, para los que no lo saben, pues en el mismísimo Nayarit.

Con varios de mis amigos, había viajado de Cd. Obregón a Tepic para participar en un torneo cuadrangular de futbol interbancario. Debo aclarar que yo no pertenecía a ninguna institución bancaria, pero dadas mis cualidades de jugador, pues fui invitado a formar parte del equipo Bancomer, ese de las “ideas modernas” que no duraron mucho.

Cumplido nuestro compromiso, tras la clausura y la en entrega de trofeos, pues el resto del día lo dedicamos a disfrutar los lugares de la costa nayarita. Y así, acordamos que disfrutaríamos todo el día de ese patriótico 16, y que a las 10 de la noche volveríamos al hotel de concentración para emprender el viaje de regreso a casa.

Y como si fuese el inicio de un cuento de hadas, a la mañana siguiente, después de dar el grito en la plaza del lugar, todos nos fuimos al paradisíaco “Rincón de Guayabitos”.
Ya se ha de imaginar Usted, querido lector, juventud, sol, arena, chicas en biquinis, amigos y cerveza eran el marco ideal para la diversión. Pasado el momento del esparcimiento, se llegó la hora de reunirnos para alistarnos y treparnos al autobús. Y como siempre sucede, no faltó quien dijera:

¡Raza, no podemos irnos, falta “La coreana”!

En medio de la prudencia, se acordó esperar un tiempo razonable para que nuestro jugador apareciera. Pero, como la canción de Sabina:

“y nos dieron las diez y las once, las doce y la una...”

y nuestro amigo ausente, no aparecía, y lo que al principio fue un descontento, se tornó en preocupación general.

Rápidamente, el autobús enfiló hacia la playa.

Nos organizamos para iniciar un recorrido de medianoche por las playas, y ya se han de imaginar, una bola de locos y con los ojos desorbitados, preguntando por nuestro amigo, a los pocos turistas que nos encontrábamos por ahí.
Los restaurantes del balneario empezaban a cerrar, y la sombra de una tragedia empezó a envolvernos.

Los comentarios sobre nuestro desaparecido iban en aumento.
Unos empezaban a estructurar reprimendas y maldiciones para el desaparecido, otros tratábamos de mantener una aparente calma.

En ese peregrinar por las desiertas playas, nos topamos con una patrulla de la marina, a la cual preguntamos sobre si habían visto a nuestro compañero.
Uno de los integrantes de la patrulla nos pidió santo y seña del desaparecido, y cuando le dijimos que era más o menos así y asá, de tal complexión, y con cara de asiático, el oficial dijo:

”Miren, les sugiero que vayan al puesto de socorro de la Cruz Roja, pues ahí encontramos hace rato cuatro dijuntitos, y uno de ellos, que por cierto murió apuñaleado, se parece al que Ustedes han descrito”.

Ante las palabras del oficial, todos guardamos silencio. Nos miramos rápidamente y la desesperación se levantó como un témpano de hielo que congeló nuestros sentidos. La posibilidad de que “La Coreana” hubiera muerto, parecía el estruendo de las olas reventando en las rocas.

Sin saber qué hacer, nos reunimos para tratar de armar un plan, y ahí estábamos choferes y jugadores hechos bolas discutiendo: ¿quién le va a decir a la familia?, ¿quién va a identificar el cadáver?,¿quién va a hablar con la policía?,y así entre ese mar de opiniones y de quién haría tal y cual cosa, surgió en la penumbra de la playa, un individuo con los puños en los bolsillos, una figura que se acercaba hacia nosotros.
El grupo trataba de adivinar quién era el intruso, que sigilosamente se acercaba silbando “el zancudito loco”.

Cuando el tipo estuvo más cerca del grupo, alguien exclamó:

¡Pero sí es la pinchi “Coreana”!

Y ya se puede imaginar Usted amigo lector, nuestros nervios de ira e impaciencia estaban más tensos que las cuerdas del violín de “Los Pajaritos”, nervios que en ese momento reventaron y la ira se apoderó de algunos del grupo, quienes arremetieron a empujones y jalando de las greñas al “Coreana” lo subieron al autobús, que entre la avalancha de empujones y cocotazos no alcanzaba a comprender que sucedía, o qué había pasado.

Ya en la tranquilidad del autobús, que no en la del propio “Coreana”, las maldiciones e insultos se prodigaban uno tras otro.

A fin de cuentas, nuestro escurridizo amigo, tal vez ligándose a alguna costeñita, se olvidó de la hora de partida del grupo, y como la canción:

¡ No estaba muerto...andaba de parranda!
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