Disputa partidaria en Sonora (2)
Alejandro De la Torre D.
Sábado 18 de Agosto de 2007
Para el sociólogo clásico alemán Max Weber, los partidos son “formas de socialización que descansando en un reclutamiento (formalmente) libre, tienen como fin proporcionar poder a sus dirigentes dentro de una asociación y otorgar por ese medio a sus miembros activos determinadas probabilidades ideales o materiales (la realización de fines objetivos o el logro de ventajas personales o ambas cosas)”. (Economía y sociedad, FCE. 1982).
Esta definición elaborada en 1920, para referirse a los partidos modernos europeos que se manifestaban en el intermedio de los siglos XIX y XX, sirve para ubicar también a los partidos actuales existentes en México, principalmente el PAN y el PRD.
Alguien puede creer que también se le hace favor al PRI, pero al contrario no cabe en esa descripción. Es ocioso, a pesar de definir el elitismo y la existencia viciada a la que se someten las entelequias partidarias, no es el caso del PRI.
El PRI desde 1938 no ha sido un partido político. Fue un brazo más del aparato del Estado hegemónico, un instrumento de fraude electoral. Tal como si alguien dedujera que también el Partido Comunista de la Unión Soviética de 1940 a 1986, estuviera en el supuesto weberiano. Los dos, PRI y PCUS fueron partidos de Estado, partidos integrantes del aparato represivo del Estado.
Al desintegrarse el hegemonismo del PRI, este mismo tiene la enmienda de convertirse en un verdadero partido político, pero los vicios pueden más que los juicios y el PRI se ha vuelto un basurero de huesos políticos que es incapaz de convertirse en respuesta a los problemas del país.
Weber agrega que los partidos “prácticamente pueden dirigirse, oficialmente o de hecho, de un modo exclusivo al logro del poder para el jefe y la ocupación de puestos administrativos en beneficio de sus propios cuadros”.
“El partido está en manos de interesados políticos: a) Dirigentes y estado mayor, b) miembros activos, de instancias de control, amonestación o de reorganización en caso de transformaciones rápidas del partido, c) las masas no activamente asociadas (de electores) objetos de solicitación en épocas de votación (“simpatizantes”), d) los mecenas (regularmente ocultos)”.
De esta manera no es antinatural que los dirigentes y miembros destacados del partido se disputen primero el poder interno para luego disputar el poder formal en los puestos de gobierno. Las zancadillas, los golpeteos internos, las corrientes de poder, son tan comunes que en todos los partidos se presentan. Solo que algunos son más capaces de cubrir las apariencias.
Maurice Duverger argumenta en su libro “Los partidos políticos” que “La vida del partido en su conjunto, la que lleva la marca de su nacimiento y la actitud de los elegidos, no es más que una manifestación particular de la importancia general que se da a las actividades electorales y parlamentarias, en relación a las demás”.
La actividad política para ocupar espacios de poder sin importar la participación de la sociedad civil, mucho menos del pueblo en general, es parte de la labor mediatizadora de los partidos y sus dirigentes. La manipulación del sentido común, de los medios de comunicación y prensa, de las organizaciones sociales corporativizándolas, de los métodos clientelares utilizando los presupuestos y las beneficencias públicas, así como las concesiones y licencias otorgadas por la administración pública, desde luego benefician a grupos selectos de poder, que se vuelven instrumentos de control social, piezas fundamentales de un régimen antidemocrático.
La disputa del poder político en Sonora, apoyándose en estos elementos de análisis, como tal no debe circunscribirse a repartirse el poder entre los reducidos partidos que se alejan de la sociedad ya que pueden provocar el agravamiento de los problemas y riesgos de inestabilidad.
En vez de reformar la vida política de la región, abriendo los espacios a la sociedad civil y al pueblo en formas de participación institucional que abran la democracia, que mejoren la vida política, que desatoren las trabas en la solución de los problemas económicos y sociales, que promuevan el desarrollo equitativo de comunidades, que socialicen la riqueza y generen su producción bajo consensos amplios.
Se corren graves riesgos causados por la separación de la sociedad política (gobierno y partidos políticos) de la sociedad civil (organizaciones autónomas sociales y ciudadanas) y principalmente del pueblo que tiene la última palabra.
En primer lugar, la ambición política de los líderes de las corrientes políticas del PRD que los desaparta de la realidad y son capaces de traicionar su programa político en sus afanes de colocarse en los cargos públicos quitándole todo contenido a la lucha original.
La destrucción de los orígenes ideológicos humanistas del PAN y la manipulación de grupos de poder mediante prácticas mediáticas y oportunistas hacen de ese partido un aparato de dirigentes corruptos y gobernantes incongruentes que conservan el mismo régimen que supuestamente pugnaban por cambiar.
La fuerte crisis del PRI es reparada por la capacidad para imponer al boursismo en Sonora a costa de su descomposición poíitico-orgánica y de la obediencia al régimen unipersonal en el ejercicio del poder.
Sólo el pueblo con la participación amplia y emergente con intereses comunes puede derrotar al viciado esquema de partidos que le sirven a la clase económica en el poder.