La Conquista y nuestros males
Guillermo García ropeza
Miércoles 19 de Septiembre de 2007
La historia de México es una serie de grandes movimientos truncos.
La verdad que por lo demás no es muy misteriosa me volvió a saltar a la vista en los últimos meses en que he estado trabajando en un libro sobre México que, esperemos, se publique en Estados Unidos.
La necesidad de explicar —el tema específicio del libro no viene al caso— a un público extranjero la accidentada y absurda historia de México, libre en lo posible de mitos y leyendas, me llevó a constatar esa simple verdad: en este país ningún proceso termina del todo y siempre se quedan infinidad de cabos sueltos creando una gran confusión. No cerramos, como dirían ciertos terapeutas, ninguna gestalt.
Tomemos el caso de la Conquista, ese principio de todos nuestros males.
Esa Conquista que fue atraco y genocidio voluntario e involuntario (la viruela casi acaba con nosotros), esa Conquista que se encarna en el gran señor y pillo que fue Hernán Cortés, destripado estudiante de derecho, ranchero mediocre en Cuba, grillo habanero que salió ilegalmente a explorar lo que iba a ser Nueva España y que lo llevó a acumular una fortuna fabulosa que incluía la caña de azúcar, el petróleo de aquel tiempo, para la cual trajo esclavos negros, pero que no le permitió ser admitido de igual a igual por la soberbia nobleza española ni ser reconocidos sus méritos por el rey.
Pues bien, esa Conquista que culmina en la absurda destrucción de México Tenochtitlan un crimen cultural y humano que jamás debemos perdonar, ciudad mártir como Jerusalén arrasada por los romanos, o Varsovia por los nazis.
Esa Conquista con todos sus blasones y bendecida por tantos clérigos aparte de todos sus defectos e inhumanidad jamás se terminó del todo.
Y los indios de la Gran Chichimeca, y las tribus del sureste incluyendo a los heroicos mayas de Yucatán, y los indios del norte nunca sometidos, los coras y huicholes de occidente, en fin, tantos mexicanos que jamás fueron controlados del todo por ese Madrid que jamás se dio cuenta de lo que significaba América y de su absoluta imposibilidad para absorberla y occidentalizarla.
Aunque, claro, se evangelizó aunque esta evangelización no fuera profunda y coexistiera en un sincretismo con las antiguas actitudes religiosas.
Basta ir una noche de muertos a Michoacán para percatarse de esto.
Así que la conclusión paradójica es que jamás terminó la Conquista ni en México, ni en el Perú, ni en Bolivia y quizá sólo el Uruguay donde el genocidio indio fue total sea la única excepción.