El canto de la chachalaca
Humberto Musacchio
Sábado 27 de Octubre de 2007
Todo ciudadano tiene libertad para expresar sus ideas —si las tiene y aun si no las posee—. Se trata de un derecho constitucional que ampara a los ex presidentes de la República, pero éstos, a diferencia del común de los ciudadanos, tienen responsabilidades de Estado a las que no pueden renunciar.
En el México posrevolucionario hemos tenido ex presidentes que terminado su sexenio no han renunciado a opinar sobre los asuntos nacionales, lo que se explica por su proyección histórica, como en el caso de Lázaro Cárdenas; por su poder económico, como ocurrió con Miguel Alemán; por su megalomanía, como sucede con Luis Echeverría; o por los fuertes amarres con el poder económico, lo que explica la intervención de Carlos Salinas de Gortari en la política actual.
Esa intervención casi siempre se ha producido dentro de un marco de responsabilidad con las instituciones y de solidaridad con el mandatario en turno. Sin embargo, la incontenible verborragia y el protagonismo de Vicente Fox ha sido origen de numerosos problemas para Felipe Calderón.
Para empezar, Fox puso en ridículo a Calderón al aceptar públicamente su indebida intervención en el proceso electoral de 2006, que llegó al extremo de adjudicarse el presunto triunfo sobre Andrés Manuel López Obrador.
Por otra parte, su interés en seguir figurando lo ha llevado a buscar la presidencia de la Internacional Demócrata Cristiana, lo que ha ocasionado demasiado ruido en el solar panista.
Hace unas semanas aparecieron Fox y su esposa en una revista “de sociedad” en la que hacían ostentación de su inexplicable riqueza. Luego, los motivos de debate público han sido los vehículos de que dispone el ex presidente, por lo menos uno de ellos propiedad de una empresa automotriz que no se lo prestó por simpatía, sino por el beneficio publicitario que le representa.
En fin, que si Fox fue un presidente menos que mediocre, ahora parece empeñado en ser un ex presidente problemático. Pero el actual gobierno bien podría mandarle un estatequieto; por ejemplo haciendo públicas todas sus riquezas, explicando el origen de la fortuna de los hijastros y sometiéndolo al dilema, caro para este gobierno, de “coopelas o cuello”, lo que en su caso sería irse a la embajada en Islas Fidji o a un cómodo confinamiento en el Tamarindillo, sin libertad de movimiento, teléfono ni otros medios de comunicación.
En fin, que recursos le sobran al poder cuando se sabe ejercerlo. Lamentablemente hoy no es el caso.