• Banner
  • Banner
  • Banner
Sábado 23 de Nov de 2024
El tiempo - Tutiempo.net

Aprendiendo a matar

Diego Osorno
Viernes 25 de Enero de 2008
 
En la escuela donde el cártel de los Arellano Félix preparaba a los matones del mañana, además de entrenarlos para el uso de las armas, la organización delictiva les enseñaba a ser temerarios.

¿Qué sientes cuándo entras a un sitio donde aprendieron a matar algunos de los sicarios del cártel de Tijuana? Lo primero que se siente es un olor difícil de definir, a fábrica de las afueras de la ciudad, cartón quemado, mierda de perros pequeños, grasa para zapatos y a algún detergente comprado a unos cuántos kilómetros de aquí, en Estados Unidos.

A sus muchachos, además de enseñarles el uso de las armas, el cártel les enseña también a ser temerarios, a disfrutar la impunidad evidente. La escuela donde la organización de los hermanos Arellano Félix preparaba a matones del mañana es una residencia ubicada en el número 716 de la avenida Reforma, a cinco minutos del cuartel general de la policía estatal y a un costado de la escuela primaria Vicente Guerrero, casi en pleno centro de la ciudad.

Según ellos muy clandestinos, pero se venían a meter donde más resaltaban. Desde la casa, por afuera color verde melón y por dentro pintada de verde claro, se ve una iglesia a unos 200 metros de distancia. Un poco más cerca, a unos 15 pasos de la entrada principal, unas niñas con vestido gris y cuadritos rojos platican sentadas en el muro de la escuela primaria donde estudian.

Un enorme estacionamiento de 250 metros cuadrados que podía ser usado también como cancha de básquetbol o gimnasio de boxeo para la preparación de los sicarios, es lo primero que se ve al pasar el portón de la casona. Algunos rosales muriéndose por la falta de agua, varias llantas de camioneta desgajadas y cajas de cartón están esparcidas en el camino.

Dentro de la residencia, una cocina austera, un comedor de aluminio y la estatua de un angelito son todo el mobiliario. Hay que avanzar un poco más para toparse con taladros y un troquel con el que los instructores de tiro ajustaban el armamento. Como debe ser, la escuela de armas del crimen organizado tenía sus propios armeros. Es en ese mismo cuarto donde está el sanitario por donde se ingresa al campo de tiro.

Una taza y un lavabo sin tubería eran la fachada detrás de la cual se escondía el pasadizo para bajar a la zona principal del colegio de asesinos a sueldo.

Caminar por el campo de tiro del cártel implica caminar entre centenares de casquillos percutidos. Casquillos alargados y delgados, o cortos y anchos, o hasta tan delgados y finos que parecen tiernos. Como quiera matan.

Ese montón que está ahí es de calibre .762, la bala que llevan las armas de asalto rusas, esas cuyo cargador parece el cuerno de un chivo del monte. Se llama AK- 47, el fusil característico del narcotraficante mexicano de los noventa. AK-47 es también el mismo rifle que aparece en las banderas nacionales de Mozambique y Tímor Oriental, donde las independencias se consiguieron a punta de cuernos de chivo.

Este otro montón que está aquí es de balas calibre .223, las que usan los rifles AR-15, esos de uso exclusivo del Ejército pero que en Tijuana se venden hasta por anuncios en portales de internet, a 2 mil pesos. Acá al lado está la culata de un G-3, el rifle con el que han muerto la mayoría de los diez policías de Baja California que han sido asesinados en las semanas recientes.

Los oficiales de inteligencia que detectaron este lugar —utilizado por la mafia durante casi 5 años— reportaron a sus mandos, que quienes llegaban eran jóvenes que decidían incorporarse a la organización de los hermanos Arellano Félix para trabajar haciendo una cosa primordialmente: matar.

Un grupo de instructores, entre los que se menciona a un norteamericano, los ponían a disparar diariamente frente a cuatro cajas de acero rellenas de caucho y tiras de llanta. Los pupilos, en su mayoría menores de 30 años de edad, apretaban el gatillo hasta en 100 ocasiones al día, según se estima. Había presupuesto para la capacitación. Una caja de balas calibre .223 cuesta 18 dólares cruzando a San Diego, California. La caja tiene 20 tiros y en la basura esparcida por aquí hay decenas de las marcas Wolf y American Eagle.

Aunque las autoridades no les creen, los vecinos dicen que nunca escucharon balazos, aunque un par de ellos reconocieron que veían “movimientos sospechosos”, como se suele decir en los eufemísticos partes policiales. Las paredes de concreto del campo de tiro estaban recubiertas con dos centímetros de madera y seis de esponja acústica, además de ventiladores y filtros para absorber los gases que se levantaban después de los disparos. En una mesa del campo de entrenamiento, entre gatillos, cachas, cargadores y culatas de rifles y pístolas, había también chalecos antibalas, máscaras antigases y botellas de cerveza vacías.

Unos periódicos viejos de El Mexicano, con titulares en primera plana como “Matan a Ministerial” o “Ejecutan a 4”, eran quizá algunas de las pruebas que iban aprobando los alumnos durante su proceso de formación.

¿Qué sientes cuándo entras a un sitio donde aprendieron a matar algunos de los sicarios del cártel de Tijuana? Lo que se siente también es la presencia de la muerte.
Política de Privacidad    Copyright © 2006-2024 InfoCajeme.com. Todos los Derechos Reservados.