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Alegorías: Civismo y prosperidad

Jesús Huerta Suárez
Jueves 28 de Febrero de 2008
 
Como una bocanada de aire fresco para un moribundo, o mucho más que eso, ha sido tomada la resolución de la Secretaría de Educación Publica, para que la educación cívica regrese a los salones de clases de nuestro país.
Sin duda que harta falta nos hace retomar aquel fervor que un día forjó a las mujeres y a los hombres del México de ayer, tiempo en que, precisamente, nuestro nacionalismo y respeto era una de nuestras principales características y nos distinguía.

Y es que el civismo, dijo Soledad Loaeza en el Encuentro Empresarial de Coparmex, en Ciudad Juárez el año pasado, “es la enseñanza de los valores positivos que sustentan la convivencia respetuosa y que fomenta la cooperación ordenada de una sociedad diversa como la nuestra es un factor central para la prosperidad.”

Loaeza dice estar convencida que el civismo nos da la oportunidad de reconocer nuestro interés particular en el interés de todos.
Es cierto, la falta de las virtudes cívicas es un obstáculo para la prosperidad, entre otras razones, porque éstas virtudes son también un reconocimiento de la responsabilidad de cada uno de nosotros en el bienestar de todos.
“Entiendo el civismo como la semilla del respeto y el reconocimiento mutuo, como fuente y pilar de la solidaridad, y no como conmemoración patriótica ni como culto a los héroes, sino como el código de convivencia que sustenta recíprocas de derechos y obligaciones, en el marco de un sistema político que se funda en la libertad.”

Es el civismo el que nos enseña a no tirar basura en la calle, a respetar las reglas de tránsito, a lidiar en forma inteligente con las personas con las que no estamos de acuerdo, a cuidar los recursos naturales, a respetar los derechos de los otros y a admitir nuestras responsabilidades.

Es por eso que no podemos entender el porque hace muchos años a alguien se le ocurrió eliminar el civismo de los programas de educación primaria, cuando esta educación nos sirve para la transmisión y el reforzamiento de nuestros valores culturales ciudadanos, así como la participación y cooperación civil conciliada con las acciones de gobierno.

Para los defensores del civismo como para todos es evidente que el sentimiento de comunidad se ha debilitado hasta casi extinguirse…, eso lo podemos notar al observar la indomable pobreza frente a la ostentación de opulencia, la desigualdad entre individuos, entre familias, y entre regiones, lo mismo sucede con nuestro desencanto con nuestras instituciones y con nuestro futuro, con los políticos y con nuestra identidad nacional.

En este asunto de los valores civiles, dicen los expertos, el Estado tiene un papel muy importante que cumplir en la armonización, la coordinación de estos esfuerzos, pero tampoco debemos olvidar que cultura ciudadana se refiere a la capacidad de participar en asuntos públicos, y estos no se pueden construir con base sólo en el interés ciudadano, así que la identidad individual no puede ser mutilada ni del gobierno ni del Estado, y esto es parte del civismo que se puede enseñar en los salones de clases y en la familia.

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