¿Exiliarme yo?
Lydia Cacho
Jueves 03 de Abril de 2008
Hace unos días me entrevistó el corresponsal de la agencia de noticias EFE, durante nuestra charla me preguntó hasta donde, hasta cuando seguiré dando la batalla.
Entre mis respuestas le comenté sobre varias reuniones con personajes internacionales que miran a nuestra patria, México, con ojos de asombro y cariño a la vez.
El año antepasado la revista Yo Dona de España me otorgó un premio de Derechos Humanos y Periodismo, lo recibí de una mujer a quien admiro profundamente: María Teresa Fernández de la Vega Sanz , la Vicepresidenta de España.
Ella conocía bien el caso (el de los pederastas y pornografía infantil y por ende el del dúo dinámico del coscorrón contra mi: Mario Marín-Kamel Nacif).
Luego de entregarme el premio, la vicepresidenta, en una charla emotiva me ofreció con toda seriedad que en caso de que yo lo considerara conveniente, bastaría con buscarla para solicitar asilo político en España para seguir trabajando sin miedo a perder la vida.
Le agradecí infinitamente su oferta, en especial porque en aquel entonces no había ganado la batalla legal a Kamel Nacif y pendía sobre mi cabeza la posibilidad de pasar 4 años en prisión por haber escrito 'Los demonios del edén: el poder detrás de la pornografía infantil'.
El año pasado, luego de una charla con diplomáticos representantes de varios países de la Comunidad Económica Europea, recibí un ofrecimiento del gobierno francés.
Dado que mi madre nació en Lyón, yo automáticamente puedo adquirir la nacionalidad gala, y con ello salir de México para protegerme de la venganza de las mafias criminales a quienes retraté con mi trabajo periodístico y a quienes he intentado llevar ante tribunales.
Luego de los múltiples llamados de Amnistía Internacional, de Human Rights Watch y otros organismos internacionales, gente del Departamento de Estado norteamericano, me hizo el mismo ofrecimiento.
Hace un par de semanas una extraordinaria mujer, la Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos Louise Arbour, me citó en un hotel de la Ciudad de México para charlar sobre mi caso durante 20 minutos
. En realidad estaba perfectamente enterada de todo, simplemente me pidió que le explicara qué había sucedido en la Suprema Corte de Justicia mexicana.
Esta mujer de mirada dulce ha sido Fiscal en Jefe para crímenes de guerra del Tribunal Penal Internacional para Ruanda y del Tribunal Penal Internacional para la ex Yugoslavia.
Actualmente es jueza de la Suprema Corte de su país (Canadá).
¿Cómo explicarle los 6 votos de la Corte a favor de Mario Marín a una experta en leyes? Sería soberbio de mi parte intentarlo.
Ella conoce las llamadas telefónicas entre el 'Gober precioso' y Kamel Nacif, también las de Nacif y el pederasta Succar Kuri, por lo tanto su pregunta era retórica, en realidad lo que me pidió fue que compartiera mi hipótesis de lo que está detrás de los 6 votos que avalan la impunidad a redes de pederastas y los 4 votos que nos dan esperanza.
Cuando le dije que este es un caso de las y los mexicanos, no de Lydia Cacho, y por eso no me rendiría, me ofreció ayuda para entablar las denuncias en tribunales internacionales, al despedirnos con un abrazo me ofreció ? en caso de sentirme insegura- la asistencia para exiliarme.
¿Irse o quedarse en México?
He recibido cientos de correos, algunos me piden que me vaya del país y otros me dicen que me quede, que no me raje, que no estoy sola. Los leo todos, y quisiera tener el tiempo para responder a cada persona que se tomó el tiempo de escribirme, de compartir sus preocupaciones, o sus propias experiencias con la justicia mexicana.
Me escriben las familias de padres o hijos que fueron secuestrados, algunos asesinados, otros sobrevivientes de la ambición criminal.
Mujeres y hombres que buscan angustiados a sus niños o niñas arrebatados por 'robachicos' en algún parque o esquina de México.
Me escriben amas de casa indignadas, empresarios que confiesan no tener mi valentía pero ser solidarios, me escriben niñas de catorce años que no entienden, ni quieren entender, la crueldad humana.
Me escriben familiares, abogados, amistades de cientos de víctimas de pederastas en todo el país. De un niño violado en un colegio de los Legionarios de Cristo, de una niña violada por su abuelo, de tres pequeños abusados por un político.
Me escriben amigas y amigos de la infancia a quienes les perdí la pista; desconocidos de Barcelona, de Madrid, de Berlín, de Italia, de Portugal, de Dublin. Compatriotas de Tijuana, de Torreón, de Nuevo León. Llueven correos de Monjas que salvan niñas en La Merced, de chavos banda que piensan que soy 'una vieja a toda madre'.
Leo correos de mi sobrino Santiago que a sus 12 años descubrió que en su país hay una Suprema Corte y que se indigna porque los Jueces y Juezas no puedan ver lo que 'Un niño mexicano sí entiende: que un gobernador ayudó a proteger a unos pederastas y torturaron a Lydia Cacho por eso'.
Recibo un correo de mi amiga Itzel, que me dice que ella no tiene mi valentía.
Y aquí el respondo que para ser valiente se necesita conocer el miedo, y el mundo sería mucho mejor si hubiera menos personas valientes y más personas felices y pacifistas.
No me voy, no voy a ninguna parte más que para adelante, hasta esclarecerlo todo.
Porque perdemos en los tribunales pero ganamos al reivindicar el buen periodismo, nuestro derecho a conocer a la verdad, a rescatar la honestidad, la solidaridad y la cultura aplicada de nuestros derechos humanos.
No me quedo en México por ser valiente, me quedo por dignidad. Ya nos han arrebatado suficiente a millones de mexicanos y mexicanas.
Yo, Lydia Cacho, a las mafias político-empresariales-criminales no les regalo mi libertad, ni mi derecho a estar cerca de mis amores y amistades.
No les regalo ni una pesadilla más en su nombre, no les doy mi enojo sino mi paz interior; no les doy poder de ahuyentarme sino de saberse hombres y mujeres de espíritu pequeño.
Cada año, 400 mil personas huyen de México expulsadas por la pobreza, la violencia y la corrupción.
No podemos seguir sumándonos al exilio mexicano. Respeto a quienes eligen salir y cambiar su vida, abandonar la patria es un acto de valentía.
Somos millones quienes soñamos con un país distinto, por eso sé, como ustedes me escriben, que no estoy sola.
Parafraseando al maravilloso poeta Eliseo Alberto, compañero de mirada amorosa: 'Si un minuto basta para morir, qué no va a ser suficiente para cambiar'.
Ellos, los corruptos y malos son en realidad muy pocos.
Nosotras, nosotros, en cambio, seguimos siendo mayoría, por eso no pierdo la esperanza de que México pueda cambiar.
Y por si las dudas, yo me quedo aquí para celebrarlo.
[Enviado por AIPIN, México]
Lydia Cacho.- Periodista mexicana, activista feminista y en derechos humanos. Es miembro de la Red Internacional de Periodistas con Visión de Género