¿Cómo explicar que habiendo tantos doctorados en economía, el estallido de la nueva Gran Depresión Mundial haya tomado por sorpresa a casi todos los profesionales del ramo?
Aquí en México, por ejemplo, quien está al frente de la Secretaría de Hacienda tiene un doctorado en economía de la justamente prestigiada Universidad de Chicago, y ese personaje nos aseguró hace apenas unos meses que si la economía norteamericana llegara a tener gripe, una economía mexicana bien cuidada por un equipo de tecnócratas bien pagados, apenas sufriría un "catarrito".
Bueno, el resultado no ha sido ése. Hoy, el gobierno se ha visto obligado a abrir una línea de crédito con el FMI por 47 mil millones de dólares más una línea "swap" por 30 mil millones de dólares con la Reserva Federal norteamericana para apuntalar un peso muy tambaleante por la caída en las exportaciones y en las remesas recibidas.
Las cifras del INEGI nos dicen que el sector manufacturero ha caído ya 16.1 por ciento a tasa anual, que pese al compromiso electoral de crear un millón de empleos al año, el desempleo va en aumento y el Colegio de Economistas pronostica una caída del PIB del 5 por ciento para este año (Reforma, 15 de abril).
Hoy, el consuelo de los economistas del gobierno mexicano -que no de los mexicanos- pudiera ser que su mal es de muchos, pues sus contrapartes norteamericanos no han hecho mejor papel.
El famoso Alan Greenspan, por ejemplo, jefe de la Reserva Federal de Estados Unidos entre 1987 y 2006 y llamado por muchos "the maestro", se equivocó de cabo a rabo en su manejo de la tasa de interés, en su despreocupación ante el surgimiento y expansión de "burbujas" como la hipotecaria y en su irresponsable confianza -basada más en ideología que en realidades- sobre el compromiso de "autorregulación" de las grandes instituciones financieras.
Como todos sabemos, los grandes del crédito de ese mundo -Lehman Brothers, Bear Stearns, Goldman Sach, Merrill Lynch, AIG, Morgan Stanley, Wachovia, Citigroup, etcétera- especularon hasta reventar y la "autorregulación" resultó ser, en el mejor de los casos, un concepto vacío y, en el peor, un engaño criminal.
Ciencia
La incapacidad de predecir de los economistas hoy le está costando al mundo entero billones de dólares -el cálculo del Fondo Monetario sobre las pérdidas financieras es de más de 4 millones de millones (billones en español, trillones en inglés) de dólares-, una cadena interminable de quiebras, millones de empleos desaparecidos y la frustración del futuro de una parte sustantiva de los jóvenes que en países ricos y pobres debieran estar entrando a laborar para empezar a ser los "arquitectos de su propio destino" pero que hoy tienen cerradas las puertas del mercado.
Alguien puede alegar que la falta no es realmente de los economistas sino de la ciencia económica que, como el resto de las ciencias sociales, está muy lejos de poseer exactitud en la definición de sus conceptos e hipótesis. Se puede argumentar en su descargo que pese a la aparente sofisticación de la econometría -que permitió a los economistas y tecnócratas reclamar sitio aparte en las ciencias sociales-, realmente sus supuestos básicos, como el de la competencia o la información perfectas, la racionalidad en el proceso de elección y otras, siempre fueron irreales. En suma, que la culpa no es de Ambrosio, sino de su carabina.
Mucho hay de imperfección en la economía como ciencia, pero pese a las fallas del instrumento siempre hubo un grupo de economistas, entre los que destacan Paul Krugman y Joseph Stiglitz, quienes empleando las mismas herramientas teóricas que sus colegas predijeron, en tiempos y términos adecuados, que la crisis venía. Particularmente interesante es el caso de Ravi Batra, un economista hindú formado en Escuela de Economía de Delhi y en la Southern Illinois University y que actualmente es profesor en la Southern Methodist University, en Dallas.
Batra, según algunos de sus admiradores, hace tiempo que debió de haber recibido el Nobel de economía, pero justamente por haber anunciado de tiempo atrás la crisis en que hoy se encuentra el sistema económico mundial y sus razones en al menos dos libros -Greenspan's Fraud (Palgrave, 2005) y The New Golden Age: The Coming Revolution against Political Corruption and Economic Chaos (Palgrave, 2007)-, fue mal visto por el grueso de los profesionales de la economía. Examinando las ideas de Batra, es posible suponer que quizá la incapacidad de predicción del problema que hoy afecta a la economía mundial no se encuentra tanto en la ciencia económica misma sino en los economistas que la practican.
La idea central de Batra, tomada de uno de sus maestros en India, es que para hacer equivalente la oferta con la demanda -punto central de la teoría del equilibrio en el sistema económico- un aumento en esa oferta, cuyo origen es el incremento en la productividad del trabajo, debe ser compensado con un aumento equivalente en el incremento de la demanda mediante el alza de los salarios reales.
Sin embargo, por años eso no ocurrió porque el grueso de los economistas en posición de poder, y siguiendo a Greenspan, argumentó en contra de un aumento en los salarios reales (consideraron que era inflacionario) y se salieron con la suya (en valor constante, el salario mínimo por hora en Estados Unidos era de 10 dólares en 1969 y de menos de 7 dólares en 2008).
Ahora bien, como los beneficios del aumento de la productividad se fueron para el capital y no para el trabajo, la única manera de evitar la crisis y hacer que la oferta igualara a la demanda fue suplir la ausencia de aumento en los salarios reales con diferentes formas de crédito, con endeudamiento.