Todavía no nos ha llegado pero no tardará porque Radio Pasillo tiene ya un alcance mundial.
En Europa el rumor es muy fuerte ya; no sé muy bien cuándo ha comenzado, pero se ha vuelto tan insistente que no es posible ignorarlo:
El rumor dice que Dios, demasiado viejo o cansado, hizo sus maletas y salió de noche en secreto para una destinación desconocida, dejando a la humanidad en la soledad.
Debemos ver que ahora, una vez más, se abrió el proceso contra Dios.
Algo que no debería preocupar a los creyentes pero que es un hecho cultural y socialmente interesante.
Son doctos ilustrados (uso adrede palabras del siglo XVIII, del Siglo de las Luces, de la Ilustración y de su combate contra el “Infame”, nombre aplicado por Voltaire al Dios de los judíos, cristianos y musulmanes, Infame que había que “aplastar”), doctos e ilustrados anglosajones, por ambos lados del Atlántico, que han lanzado la reciente ofensiva con sus libros muy bien vendidos que propugnan el ateísmo.
Argumentan que la creencia en Dios es no solamente absurda y nada razonable, sino que es socialmente dañina.
Son los nuevos Holbach, Helvetius, La Mettrie, y como sus gloriosos antepasados del siglo XVIII francés, esos ateos adoran un dios femenino, ayer la diosa Razón, hoy la diosa Ciencia.
Creen, para citar al autor de un libro sobre mi admirado Diderot, en su divinidad: “La Razón escribiendo en la pared las tremendas sentencias de que no hay Dios; que el universo no es más que materia en movimiento perpetuo; que lo que los hombres llaman sus almas muere con la muerte del cuerpo, como la música muere cuando las cuerdas se rompen”.
En aquel entonces la cuestión de si hay un Dios, si existe la inmortalidad del alma, apasionó a la sociedad, y esas cuestiones recurrentes, tarde o temprano, apasionarán nuestra sociedad, porque, bien lo dijo Dostoievski de manera provocante, si no Hay Dios, todo está permitido.
En aquel entonces, los “filósofos” denunciaban a los “tres impostores, Moisés, Jesús y Mahoma”; hoy denuncian al judaísmo, al cristianismo y al islam como focos de superstición, intolerancia, tiranía. Anteayer se proclamaban portadores de las luces para disipar las tinieblas de la religión; ayer el presidente y general Calles, en 1926, a la hora del gran enfrentamiento con la Iglesia católica, proclamaba que “ha llegado la hora del combate final entre la luz y las tinieblas, de una vez para siempre”; hoy aquellos nuevos “filósofos” anglosajones y europeos, con todo y la actualización de su discurso, retoman la misma ofensiva. Movilizan todos los recursos de la razón, de la ciencia y del “sentido común”; como esto no es suficiente, porque sus enemigos siguen firmemente atrincherados en su “fundamentalismo”, recurren ahora a la sociología, política, historia, como sus predecesores.
En el siglo XVIII se invocaba a la Inquisición y sus hogueras; hoy presentan a Bin Laden y Benedicto XVI como si fuesen hermanos gemelos.
Al movilizar la historia, toda la historia de la humanidad, quieren hacernos pensar que su combate es mucho más que un ataque del siglo XXI principiante contra el Vaticano o la Iglesia católica, contra los barbudos islámicos y judíos; que es un combate eterno, como decía el general Calles, la lucha cósmica entre la luz y las tinieblas, cuyo envite es el alma del hombre (y de la mujer).
La razón y la ciencia deben demostrar lo absurdo y lo malo del cristianismo —blanco principal de los ataques—, mientras que a las ciencias sociales y la historia les toca dar ejemplos de su influencia perniciosa, de su responsabilidad en todos los desastres sufridos por la humanidad. Siempre hay un Papa para resultar culpable, Pío XII de la shoah y Benedicto XVI del sida.
Bien lo dijo Voltaire: los “cuatro periodos felices” en la historia de la humanidad (Quatre âges heureux) son anteriores al cristianismo o posteriores a su apogeo, mientras que los periodos oscuros coinciden con el predominio de la Iglesia cristiana, y en especial de la católica.
De nuevo, se trata de despertar en el corazón de los lectores “un odio intenso a la mentira, ignorancia, hipocresía, superstición y tiranía”, para citar a Diderot. ¿Vamos a prescindir, pues, de las iglesias, de la religión, de Dios?
Eso sí, es asunto de cada quien, pero existen testimonios significativos de que las iglesias contienen todavía un tesoro de bienes que no se han agotado ni se agotarán, porque no dependen de la institución.
La buena fe de los nuevos ateos no se puede ni debe poner en duda, pero es tan religiosa como la religión de los que atacan.
Profesor investigador del CIDE