La proximidad de elecciones importantes en México nubla la visibilidad, altera las perspectivas, tuerce los valores. Esta semana, con oportunidad preelectoral, se dio un golpe espectacular a la delincuencia cuando 29 funcionarios de varia importancia fueron detenidos en Michoacán. Nuestra primera reacción, creo que la de todos los mexicanos, fue de aplauso. Ya era hora, dijimos.
Estamos hasta el gorro de políticos, alcaldes, diputados, jefes, directores y toda la infinita caterva de achichincles corruptos. Bravo.
Pero pasada la euforia empezamos a leer con y sin anteojos la letra chiquita y se nos hace confusa. No vemos claro el fundamento judicial ni el procedimiento de captura. Hubo abuso del poder y violaciones a la Constitución.
Debemos admitir que el asunto se ha politizado, criticarlo puede ser juzgado como postura de oposición y elogiarlo equivale, según algunos, a formarse en las filas de los aduladores. No es el caso de este cuatro ojos, su servidor, que advierte abusos del poder cuya tolerancia abriría el apetito de repetirlos, peligro oculto en el caso Michoacán.
La forma ha sido mal vista por puristas del derecho. Tienen razón. Que no se le dio lugar al gobernador es entendible porque entre los arrestados había colaboradores y cuates suyos y una indiscreción, casual por supuesto, arruinaría la estrategia.
En cuanto a la rudeza, no había otra forma de evitar fugas que operar simultáneamente en todos los frentes y llegar a las casas y oficinas con la espada desenvainada para evitar evasiones o resistencia violenta. Eso pienso. Ni modo. No me gusta y espero no se convierta en costumbre.
Todo incide en la campaña electoral. Los artificios y trucos para arrastrar votos son tan antiguos como la democracia. Hace más de 2 mil años, en el 64 a.C. Quinto Tulio le escribe a su hermano Cicerón un breve manual para hacer triunfar su candidatura al consulado.
Umberto Eco resalta algunas “increíbles afinidades, semejanzas, correspondencias que parecen atravesar los siglos”. En aquella Roma antigua “la campaña electoral se describe como un espectáculo en el que no importa cómo es el candidato sino cómo lo ven los demás… lo importante es que la simulación pueda vencer a la naturaleza”.
Los consejos de Quinto a Marco parecen escritos por algún intelectual contemporáneo y no dudo que alguno presentó como suyos, para justificar la tarifa, los escritos por el hermano de Cicerón. “La adulación, dice, es indispensable para un candidato cuyo rostro debe cambiar a cada momento para adaptarse a los pensamientos y los deseos de cualquier persona que encuentre”.
Y, eureka, un consejo de oro puro que parece nacido hoy: “Haz que contra tus adversarios surja alguna sospecha… de perversión, de corrupción o de despilfarro”.
A mí también me suena familiar.
Quinto se pregunta: “…¿eso es la democracia, sólo una forma de conquistar el favor público, que ha de basarse en una organización de la apariencia y una estrategia del engaño?”. Eco le contesta: “… la democracia romana comenzó a morir cuando sus políticos comprendieron que no hacía falta tomar en serio los programas, sino que bastaba simplemente con caer simpáticos a sus (¿cómo lo diría?) telespectadores”.
Ningún diálogo más ilustrativo de las elecciones en México que este, en que 21 siglos separan la pregunta de la respuesta, pero la inteligencia une a dos filósofos empeñados en recobrar la intención perdida de hacer de la política una ciencia.
En fin, como dijo el clásico, con estos bueyes aramos. Observemos la propaganda con sentido crítico. Y los debates, si los hay, no con la convicción de que nada nuevo aportarán a nuestro caudal intelectual, sino con la desconfianza de quien sabe por experiencia que no todo es según el color del cristal con que se mira.