Julio Ernesto Félix
Entre los argumentos que manejaban quienes se oponían a la aprobación del Plan Sonora, uno, acallado por la prensa sonorense, se refería al peligro de hipotecar las finanzas del gobierno del estado y reducir peligrosamente su margen de maniobra financiera en un caso de emergencia.
¿Qué pasará, se dijo entonces, si aparece una epidemia o un desastre natural que deba enfrentarse con recursos cuantiosos? ¿De dónde los va a sacar el gobierno en turno si tendrá comprometidos gran parte de sus ingresos al pago de la deuda del PSP?
La posibilidad de que esto ocurriera se veía lejana o, de plano, como un catastrofismo que no debía mencionarse para que el PSP tuviera el consenso de la opinión pública sonorense.
Pero la hipotética situación de emergencia no tuvo que esperar varios gobiernos, ni siquiera dos o tres años. Ya la tenemos aquí y nos llegó a través de la reducción drástica de los ingresos obtenidos por el petróleo. Aunque la crisis pudo preverse, la advertencia de peligro nos llegó de la noche a la mañana: Estamos sin dinero, abróchense los cinturones y sálvese el que pueda.
Hoy, ayuntamientos y gobiernos estatales reclaman airadamente el haberse quedado sin recursos debido a los ajustes presupuestales de la Federación. Pero si revisamos la situación con objetividad veremos que buena parte de la responsabilidad la tuvieron los mismos presidentes municipales y gobernadores que hicieron planes y gastaron como si la bonanza petrolera fuese eterna.
En estas circunstancias hacer lo que propone el Plan Sonora Proyecta, contraer una deuda enorme y pagarla durante 30 años con los ingresos obtenidos a través de varios impuestos estatales, es un error descomunal, es una irresponsabilidad histórica porque no sólo reduce de manera drástica el margen de maniobra de las siguientes administraciones, sino también porque ahora mismo es urgente obtener recursos frescos para enfrentar la crisis actual, no las que vienen.
Hipotecar así las finanzas estatales y el futuro de muchos sonorenses es también una enorme irresponsabilidad si se considera que todo esto se hizo para construir obras que pudieron esperar, obras que no son –en su gran mayoría- indispensables para el desarrollo económico y social, obras de relumbrón que sólo halagan la vanidad de los nombres que aparecen en las placas conmemorativas.
Una prueba evidente de esta catástrofe la tenemos en Cajeme, donde el centro de la ciudad se está hundiendo y nadie hizo nada para impedirlo, salvo tapar hoyos. La construcción de tres pasos a desnivel elevados, de un Centro de Usos Múltiples y el remozamiento del Parque Infantil y la laguna del Náinari, obras de relumbrón, son obras cuyo costo total es mayor de lo que se requiere para cambiar el sistema de drenaje en el centro de la ciudad.
La otrora limpia y bien urbanizada Ciudad Obregón se está convirtiendo en un caos, el futuro ya nos alcanzó y los ingresos estatales que pudieran ayudar a revertir la situación, ya están comprometidos por el PSP.