"El problema de los imparciales es que están sobornados por las dos partes".
El triunfo de Manuel Barro Borgaro, surgido de la mezcolanza de los desaciertos de Eduardo Bours, el desfalco millonario a la tesorería cajemense y otras topilladas de Francisco Villanueva, y por supuesto, de la grisura de Ernesto Vargas.
Sin descontar tampoco, que el éxito de Barro se consolidó con intenso trabajo mediático de posicionamiento, con promesas a los electores de conformarse en opción de gobierno diferente y eficaz.
Barro Borgaro, que prefiere ser conocido con el rentable hipocorístico “Manolo Barro”, hace mes y medio protestó como presidente en el municipio de Cajeme, y con ello, heredó los expedientes engusanados que dejó Villanueva Salazar.
Ahora, sin orden, concierto o prioridad, brotan asuntos pendientes de atención que reclaman respuestas correctas de Manuel Barro. La luna de miel en la alcaldía torna a sabores menos gratos.
Entre esos pendientes: que le pregunten a Miguel Valdés lo que significa lidiar con la injusticia y la dilación para que los policías golpeadores que lo lesionaron, sean sometidos a las sanciones ejemplares que merecen.
El lunes 26 de octubre del 2009, ante una Sala de Cabildos repleta para la sesión ordinaria, en una de las esquinas el grupo de personas que protestan, desentona con el entorno ordenado.
Se trata de ciudadanos comunes y corrientes que portan en sus manos, por lo alto, carteles en los que exhiben leyendas con pronunciamientos contra la brutalidad policíaca sufrida por algunos de ellos, entre los que destaca Miguel Valdés.
Está rota la normalidad de la sesión ordinaria del Cabildo cajemense por la presencia inopinada del grupo de manifestantes.
Barro Borgaro entra a la sala, fija la mirada en las pancartas, sus labios repiten sotto voce y en soliloquio lo que a la distancia lee; da media vuelta dispuesto a saludar a los regidores que lo esperan sentados.
Antes de tomar asiento en el sitio que le toca, rompe el ritmo de la sesión y se anima a conversar con los manifestantes. Anticipan que se manifiestan tan sólo para pedirle audiencia, porque ha sido imposible que les asignen cita.
Los diálogos por momentos tomarán tintes aclaratorios: “quiere más argumentos señor presidente”, espeta Miguel Valdés mientras levanta y pone la tremenda cicatriz del brazo derecho lesionado a la altura de los ojos muy abiertos de Barro. Con esa reacción confirma que reclama justicia.
Visiblemente contrariado, rebasado por el encuentro que no esperaba, Barro cita: “la Comisión de Derechos Humanos aplicará sanciones a los policías implicados” (sic); argumenta, que ha tenido múltiples actividades, pero que ininterrumpidamente continúa recibiendo ciudadanos; dice que para actuar en el caso de los policías agresores debe hacerlo con responsabilidad “y en base a reglamentos” (sic).
Finalmente el regidor Patiño detallará el asunto y mediará el momento incómodo.
A la distancia, atento e impotente, Hermilo Valenzuela, no encuentra mejor distracción que morderse el labio inferior ante la abrumadora expresión ciudadana que apabulla al jefe y protector.
El munícipe recibe frente al rostro el reclamo por los votos empeñados a su favor en espera del cambio que los malcontentos no perciben; lo enteran de abusos perpetrados en fechas recientes por malos elementos de los cuerpos policiales del municipio de Cajeme, y alzando la voz, Doña Carmen le recuerda que la confianza le fue depositada porque sus promesas hablaron de gobierno distinto con énfasis ciudadano.
La vorágine de la función pública reclama al alcalde un triple reto: por un lado, mantener la funcionalidad en los órganos del gobierno municipal para la atención integral de las demandas cotidianas; lo obvio, fortalecer ante los ojos de la ciudadanía la gestión de gobierno con propuestas ingeniosas y de alta rentabilidad social; y por último pero con mano, resolver los asuntos pendientes que en mala hora heredó la gestión de Villanueva.
Para avanzar consistentemente en la tarea de fomentar credibilidad y aceptación social, los descalabros de Villanueva, siguen siendo ataduras que urge desbrozar y debe sacudirse la administración en funciones.
Dicta el refranero: “andando la carreta se acomodan las calabazas”. Aunque dicho aserto contenga y consienta sabiduría popular, ésta resulta inaplicable a la política moderna.
Entretanto, Barro ofreció audiencia para el 3 de noviembre a Miguel Valdés y procedió a iniciar con media hora de retraso la sesión ordinaria del Cabildo.
Las barbaridades repugnantes que legó Francisco Villanueva, el suceso de Miguel Valdés entre ellas, son temas que para hacerlo mejor en el futuro, reclaman hoy la voluntad política y el tiempo preferente de Manuel Barro.
Saludos al Pino Bermúdez en Torocopobampo.
Jesús Noriega