El Ing. Manuel Barro Borgaro, quien fiel a sus genes dominantes prefiere que lo recuerden con el cariñoso hipocorístico español “Manolo”, va de tumbo en tumbo.
En dos meses, el Barro munícipe de Cajeme, descontextualizado, olvidó o desprecia la miseria y las necesidades que atestiguó el Barro candidato; el dolor social constatado, sirve ahora tan sólo de materia prima para las anécdotas de campaña que el Barro alcalde platica a los contertulios.
Hay razones fundadas que confirman que Manuel Barro es hasta hoy, el hombre vacío de servicio público que se niega a ser. La agenda no desplegada en dos meses confirma la aseveración.
Verborreico incontenible; desde el 15 de septiembre cuando tomó protesta, dice, vuelve a decir; habla y luego desanda sus propias palabras, para después repetirlas de nuevo.
A la menor oportunidad o provocación, locuaz, echa mano de la inconsciente ecolalia; repite a bocajarro dos o tres veces las ideas, al mero estilo de los vendedores que refuerzan el “cierre” de la venta.
Desde que apareció en el escenario político, Barro dio constancias de esa política de abarrotero que lo distingue. Recordemos…
Al más puro estilo de los tenderos en la puerta del negocio, la campaña de Barro pareció feria de ofertas: si Vargas ofrecía becas en la acera de enfrente, Barro las dobleteaba; si Vargas anunciaba Cajeme 2.0, Barro respondía con Cajeme 2.1; si Vargas comprometía relación directa con quien pensaba sería gobernador, Barro aludía míticas cercanías con Los Pinos.
Eso del lenguaje de vendedor no es charada. Es que…, repite lo que dice como si tratara de reforzar mensajes, o peor, de convencerse a sí mismo que no habla ocurrencias, o tal vez, para darse cuenta de lo que dice.
Barro es ahora el gobernante que privilegia las rentas económicas por encima del beneficio social; el que se muestra insensible a la vulnerabilidad económica del segmento poblacional que forman los viejos; el que abdicó a su principal divisa electoral, la oferta amplia de participación ciudadana; el alcalde Barro habla mucho y hace poco, es ahora el ejecutivo en el sector público que se afana por conseguir “números negros” antes que la maximización de la política social.
En la cuota diaria consta el vacío de memoria social: carece de agenda de gobierno que contenga las constancias ciudadanas del reclamo; gravita entre los grandes pendientes del municipio la puesta en marcha de programas que convengan a la sociedad o, las acciones concretas que si no solventan al menos mitiguen las brechas sociales.
En las últimas fechas, pítimo de poder, Barro se encerró en la privacidad y confort que le ofrece el círculo selecto, por ende, olvidó a la gente que lo contrató.
Y como en el “tanque de pensamiento” sólo escucha las lisonjas y zalamerías que lo escinden del ente social, se explica que al referirse a los hechos violentos de las últimas semanas perfile en los medios fraseos tan huecos, y ausentes, como sus “no pasa nada” o “sólo son hechos aislados”; aunque la monomanía social ya autoimpuso el toque de queda.
Dicen, y bien dicen, que las decepciones son del tamaño que tuvieron las esperanzas. Manuel Barro prometió a sus votantes convertirse en el mejor presidente municipal de Cajeme y los electores creyeron. A dos meses de gestión, no hay indicios de que abunde la materia prima con la que se fabrican los gobiernos de excelencia, vamos, ni tan sólo con la que se arma uno mediocre.
No es ésta la primera y la única ocasión, y todo indica que tampoco será la última, que se refiera la insensibilidad del munícipe para convertir en acciones de gobierno las iniciativas que le marcó la ciudadanía.
Tampoco será la última en la que se mencione la pequeñez de las personas que lo acompañan -hacen comparsa sería lo correcto- en la travesía del gobierno que recién empezó en septiembre y al que falta una treintena de meses.
Metido en mudas cajas de resonancia, las que ofrecen incondicionales y adláteres, Barro no escucha los reclamos de la ciudadanía; hace semanas olvidó tomarle la temperatura, y el aliento, al pueblo que lo eligió.
Manuel Barro no es inocente, pero engallado, cree ciertas las arengas de la claque gritona y lambiscona que, desde el primer minuto de la mañana hasta cerrar los párpados, le repite que es el Mesías aparecido.
Las lagunas, las deficiencias, las claudicaciones a las promesas electorales, alimentan las enemistades o animadversiones al gobierno de Barro; al final, son fiel reflejo de las fallas de actuación en el quehacer público.
Mal las cosas para Cajeme. Todo hace suponer, que Barro despacha en el palacio municipal, sin rebasar la mentalidad lograda en una vida de esfuerzo y dedicación al changarro familiar.
Hace la política que carece de utilidades sociales: ni hay rentabilidades a favor de la sociedad, ni hace de la política lo que ciertamente le agradecería la mayoría de los cajemenses: el arte de servir a la gente.
Fiel al arcaico e inamovible modelo personal, cacarea a los cajemenses la democracia de estanquillo político que conoce, de ahí la alharaca de banalidades sociales que los cofrades, o la ocurrencia, le dictan correctas.
Manuel Barro sabe de su condición humana, pero hace tiempo sólo oye lo que tiene ganas de oír y anda gritándole a los ciudadanos de Cajeme, lo que el fuero interno y el pensamiento idílico desean que pase.