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Un editorial histórico

Un editorial histórico
Lunes 07 de Diciembre de 2009
 

En un hecho inédito, 56 periódicos de todo el mundo se unieron para compartir un editorial que subraya la importancia de la lucha contra el cambio climático. Este es el texto que aparece en los principales periódicos del mundo:

 

A menos que combinemos acciones decisivas, el cambio climático arrasará con nuestro planeta, con nuestra prosperidad y nuestra seguridad. Los peligros han sido sólo aparentes para toda una generación. Ahora los hechos han comenzado a hablar: 11 de los pasados 14 años han sido récord en temperaturas altas, la capa de hielo del Ártico se derrite y el año pasado los altos precios del petróleo y la comida fueron una llamada de atención de lo que será un futuro de caos. En los periódicos científicos la pregunta que se hacen no es si los humanos somos los culpables, sino cuánto tiempo nos queda antes de rebasar el límite de los daños irreversibles. Hasta ahora el mundo ha sido alimentable y medio atendido.

El cambio climático ha sido causado por siglos, tendrá consecuencias que durarán mucho tiempo y nuestras posibilidades de mejoría serán determinadas durante los próximos 14 días. Hacemos un llamado a los 192 países convocados en Copenhague a que no duden, a que no caigan en disputas, a no culparse unos a otros sino a darse cuenta del tamaño de oportunidad que tienen frente a sí. Esta no debe ser una pelea entre ricos y pobres, o entre Este y Oeste. El cambio climático afecta a todos y debe ser resuelto por todos.

La ciencia es compleja pero los hechos son claros. El mundo necesita tomar pasos para limitar el aumento de temeratura en 2 grados centígrados, objetivo que propiciará que las emisiones globales alcancen su pico y comiencen a descender dentro de los próximos 5 a 10 años. Un incremento mayor, de 3 o 4 grados –el mínimo de aumento que se espera si no hay acciones concretas- presionaría continentes y volvería desiertos las tierras de cultivo. La mitad de todas las especies animales tenderían a la extinción, sin contar con los millones de personas que serían desplazadas de sus lugares de origen, además de que naciones enteras serían cubiertas por océanos.

Pocos creen que de Copenhague podrá salir un tratado productivo; un progreso real pudiera surgir de la llegada del presidente Obama a la Casa Blanca para revertir años de obstruccionismo estadounidense.

En Copenhague los políticos pueden y deben acordar los lineamientos básicos de un justo y efectivo acuerdo, así como el inicio de la construción de un cronograma de acciones que deberá quedar listo para la siguiente reunión ambiental convocada por las Naciones Unidas, para junio próximo, en Bonn, Alemania.

Su eje deberá ser un acuerdo entre el mundo rico y los países en vías desarrollo sobre la forma en que habrá de distribuirse la carga en la lucha contra el cambio climático, y la forma en que habremos de compartir la reducción de los trillones o más de toneladas de carbón que debemos dejar de emitir antes de que el mercurio alcance niveles peligrosos.

A las naciones ricas les gusta destacar la aritmética verdad de que no habrá solución a este problema si naciones en vías de desarrollo gigantes, como China, no toman acciones más radicales de las que han asumido hasta ahora. Pero las naciones ricas son las responsables por la mayoría del carbón acumulado en la atmósfera, equivalentes a tres cuartas partes de todo el dióxido de carbono emitido desde 1850. Esto debe hacer actuar a todos por igual y reducir las emisiones propias a menos de las que lanzaban al aire antes de 1990.

Países en vías de desarrollo señalan, a su vez, que no son los causantes del problema central y que las regiones más pobres del mundo han sido las más golpeadas. Sin embargo, ellos también contribuirán a incrementar el calentamiento y deben asumir singificativas y cuantificables acciones por su cuenta. Aunque todas las partes sientan que las acciones de los demás países son limitadas, es un hecho que los compromisos adoptados hasta ahora por los más grandes contaminadores del mundo, Estados Unidos y China, son pasos importantes en la dirección correcta.

La justicia social demanda de que el mundo industrializado busque hasta el fondo en sus bolsillos y prometa recursos en efectivo para ayudar a los países más pobres para adaptarse al cambio climático y puedan adquirir tecnologías limpias que les permitan crecer económicamente sin dañar al medio ambiente con sus emisiones. La arquitectura de un futuro tratado también debe contemplar, con un riguroso monitoreo multilateral, recompensas justas por proteger los bosques, y evaluaciones justas de “emisiones emitidas” de tal manera que la carga sea más equitativa y compartida entre aquellos que producen productos contaminantes y aquellos que los consumen. Un sentido de justicia requiere que la carga de la responsabilidad sea repartida equitativamente; por ejemplo, que los nuevos miembros de la Unión Europea, mucho más pobres que los de la “vieja Europa”, no sufran más de lo que lo hacen sus socios más ricos.

La transformación será costosa, pero mucho menos cara que lo que significó el rescate financiero global, y mucho menos costosa de las consecuencias de no hacer nada.

Muchos de nosotros, particularmente en el mundo desarrollado, tendremos que cambiar nuestros estilos de vida. La era de los vuelos en avión que costaban menos que el viaje del taxi al aeropuerto está acabada. Tendremos que comprar, comer y viajar de manera más inteligente. Tendremos que pagar más por nuestra energía y usarla menos.

Pero el cambio a una sociedad baja en carbón nos promete más prosperidad que sacrificios. Algunos países ya han reconocido que enfrentar dicha transformación les puede acarrear crecimiento, empleos y mejor calidad de vida. El flujo de los capitales en el mundo cuenta su propia historia: por primera vez, el año pasado se invirtió más en energías renovables que en la producción de electricidad a partir de combustibles fósiles.

Descartar nuestra dependencia del carbón durante los próximos años exigirá como nunca en la historia que innovación e ingeniería se combinen de manera exitosa. Pero considerando que poner un hombre en la Luna o dividir el átomo nacieron del conflicto y la competencia, la carrera que viene por bajar niveles de carbón deberá ser conducida con el ánimo colaboracionista de alcanzar una salvación colectiva.

Superar el cambio climático será el triunfo del optimismo sobre el pesimismo.

Es en tal espíritu que 56 periódicos de todo el mundo nos hemos unido en este editorial común. Si nosotros, con diferencias importantes en perspectiva nacional y política, pudimos ponernos de acuerdo, contamos con que nuestros líderes también lo harán.

Los políticos reunidos en Copenhague tienen el poder de delinear el juicio de la historia que juzgará a su generación: o como los que vieron el reto y lo enfrentaron, o los estúpidos que al ver la calamidad venir no hicieron nada para evitarla. Les rogamos tomar la mejor decisión

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