México es un país que no ha sabido o querido madurar. La democracia que finalmente llegó en el 2000 con la alternancia en el poder no es suficiente. Se ha quedado en la formalidad procedimental, principalmente en el ámbito federal. Muchos estados no han llegado siquiera a la democracia formal; mucho menos a la material que es vida cotidiana, que es participación, exigencia de rendición de cuentas, construcción de ciudadanía, que empieza por la autocrítica que es conciencia responsable del deber de cada quien, y no solamente de quienes ejercen el poder.
Existe en México una especie de parálisis, de enfermedad colectiva que les impide a los mexicanos dar el salto definitivo hacia la modernidad. Por cierto que algunos ciudadanos (afortunadamente no la mayoría ni mucho menos) consideran como símbolos de la modernidad la aprobación del aborto, de los “matrimonios” entre homosexuales y otras falacias semejantes. Otros más consideran intocables las “conquistas” del pasado: el poder como patrimonio individual o de grupo, las prebendas sin límite de los líderes sindicales, “campesinos” o populares. Con independencia de ello, lo cierto es que esos líderes corruptos invocan sin cesar los fantasmas del pasado, como si en lo muerto de la historia les fuera la vida.
No puedo dejar de mencionar lo absolutamente ridículo, por no decir estúpido, de ciertos “principios” que la oposición del PRD y del PRI abanderan como esencia de la patria. Frente a cualquier intento auténticamente modernizador, en materia de energía, responden con la conocida cantaleta de “la patria no se vende”. Para colmo, el PRI tiene entre sus postulados de doctrina la negativa absoluta para generalizar el IVA en alimentos y medicinas.
El mayor problema, sin embargo, no consiste en que lo postulen, sino en que la sociedad les siga creyendo. Chile es un país que tenía mayores problemas que México en desarrollo económico en la década de los setenta. Según The New York Times del domingo 10 de enero, Chile está por convertirse en un país desarrollado. Allí, el IVA es generalizado al 17% y el ISR es flat tax del 20%. Todo ello, a pesar de los populismos y de la dictadura que han sufrido. El chileno es un pueblo que sí ha querido crecer, no solamente en lo económico, sino en lo político y en lo cultural. Todo va de la mano.
“¿Cómo explicarles (a los mexicanos) —dice Ikram Antaki— que existe una alegría en lo universal, que el conocimiento perfecto es participación universal sin la cual sería inútil, y le sería al hombre imposible elevarse? Volvería a caer constantemente, correría tras de las formas. El espíritu de orden y de subordinación universal, a la vez que es esencialmente aristocrático, es el guardián del valor real del individuo, porque impide su dislocación y conserva su unidad”.*