Otro lunes, el mismo sitio y la misma hora que otras veces; aunque esta vez, el 26 de abril del 2010, la convocatoria del Movimiento por el Agua reunió en el Centro Magno de Cajeme a actores que no estuvieron antes, o que tal vez pasaron desapercibidos.
Llegaron más que los esperados, la concentración fue familiar y popular, asistieron hombres y mujeres, adultos, jóvenes y niños de todos los sectores. Aunque la mayoría vino de Obregón, los hubo de comisarías y localidades rurales del municipio.
Lo mismo ciudadanos de a pie y de todos los días que líderes de la grilla regional que hoy se dejaron saludar. Estuvieron campesinos, obreros, profesionistas, empresarios; pobres y ricos y destacó la emblemática la presencia de la tribu yaqui, a quien reservaron el sitio de honor. Allí, entre los suyos, el cobanagua Bruno Ríos, refulgía como digno emisario antediluviano del yaquismo más puro. Su imagen venerable, diríase patriarcal, era referencia absoluta entre los hombres y mujeres yaquis.
Los semblantes imperturbables de los Yaquis, acaso transformados fugazmente, desbravados por el encanto del discurso de Gabi Escamilla. Es que esas palabras conmovieron hasta las lágrimas a muchos y al nudo en la garganta al resto, porque nacieron del amor al terruño. Gabi Escamilla dijo palabras que dejaron el ambiente herido, fue el grito escarmentado de la madre que implora porque sus hijos nunca queden huérfanos de futuro.
Otras intervenciones bordaron en mayor o menor medida sobre la eterna carencia de agua en el territorio de Sonora; los típicos imponderables de las lluvias en cuencas sonorenses; el sacrificio unilateral al que se sometería a los productores del Valle del Yaqui; la certeza que en el Mar de Cortés hay materia prima hídrica suficiente; la existencia de tecnologías que a costos competitivos producen de la salmuera agua de calidad para uso y consumo humanos; la ecuación ganar ganar de la desalinización que agrega capital hídrico y, de nuevo, otra vez y otra vez, los imponderables de las nuevas generaciones del Sur de Sonora.
El margallate del agua convirtió al diputado Rogelio Díaz Brown en la figura reiterada, consistente y ganadora, pues aunque participan otros líderes, ellos parecieran coyunturales. Díaz Brown es visiblemente, ante la gente del Sur de Sonora, el que abandera la postura que difiere de la propuesta del gobernador Padrés, en específico, con el tema del acueducto El Novillo-Hermosillo. Mientras el diputado Díaz Brown saca raja gorda del movimiento opositor, en cambio, la popularidad y aceptación de Manuel Barro –le gusta que le digan “Manolo”-, presidente municipal de Cajeme, reciben en la línea de flotación los fregadazos del rechazo social, porque se presume que actuó en forma desdibujada e inconsistente ante el proyecto de extraerle agua a la cuenca del río que riega el Valle del Yaqui.
De salida llega el turno de las precisiones: el Movimiento por el Agua de Cajeme está en asamblea permanente; el orador hace recuentos puntillosos de avances, retrocesos y planes; encuadres, convocatorias, contingentes y logística. El aviso: el viernes 7 de mayo nueva marcha en las calles de Ciudad Obregón. El mismo día, al concluir el mitin, prometen la ceremonia histórica en la que se firmará el pacto de los sectores sociales y productivos, para impedir la irrupción de capitales privados en el manejo del agua sonorense.
Contra el reproche de yoris aprontados, pedí permiso al cobanagua y retraté sus pies de hombre yaqui original, con la promesa de presumirle las pisadas terregosas en los portales de InfoCajeme y Dossier Político. Siempre atento, el cobanagua sostuvo el semblante pétreo, amímico; dueño de su tiempo y voluntades, respetuoso, Bruno Ríos, esa tarde fue emisario perfecto del pasado milenario de la tribu yaqui. Sentados a tres metros del pódium del Movimiento por el Agua, y a ciento veinte años de distancia, Bruno y su pueblo escucharon entre escasos parpadeos discursos de mujeres y hombres. Esta vez la causa de los yoris parece que es también causa de yoremes.
Vale, agur…