Hay ausencias que matan, que duelen en lo profundo del ser, la de Carlos Monsiváis es de ésas.
Siempre estaba en la sala, revuelto como su pelambre entre las editoriales de los diarios, en la televisión, en algún estante del librero, en sus libros o enriqueciendo prólogos de autores desconocidos.
Parecía tan inmediato, tan omnipresente, que era difícil pensar que algún día prescindiríamos de él y sus dichos y escritos.
Carlos Monsiváis era el intelectual que los mexicanos sentíamos próximo, cercano a nosotros. Como en Hermosillo, el año pasado, en las Horas de Junio, a unas cuantas butacas y al alcance del contacto visual.
¡Cómo no extrañarlo!: artífice del cinismo dosificado, de la ironía subletal, héroe de la palabra escrita con adjetivos precisos, de la crónica con acentos en el ángulo inexplorado y giros imprevistos.
Con los puntos y comas suficientes, nomás y no más. Ayudaba a interpretar la realidad compleja y necia, a desentrañar intríngulis para hacerla comprensible, de corrido, como hablamos los seres comunes y corrientes.
Ubicuo en medios impresos, voceados, televisados o, en la red, era tentación involuntaria creer que estuvo siempre y estaría allí siempre.
Llegó al hospital apostando salud y vida con los momios en contra. Dos días antes, boqueando y entre congojas, dejó la última entrega de “en la opinión de”.
Confió López Dóriga que ese día, mal acabó el comentario y desesperado, pepenó a su izquierda el catéter nasal, porque le urgía sorber cualquier chisguete de oxígeno salvador.
Me jalan las lágrimas al borde de las pestañas las palabras de Elenita Poniatowska, quien recitando el estribillo “¿qué vamos a hacer sin ti Monsi?” recuerd que su amigo fue la consciencia crítica imprescindible del México de todos los tiempos, especialmente del contemporáneo.
La muerte de Monsiváis deja en el sentimiento malos farios, con tufos de desamparo. Su ausencia es algo similar a la orfandad.
Su inteligencia, la sagacidad de su pluma punzante, faltarán por muchas razones. Dolerá el vacío de las reseñas nonatas que ya no interpretarán el momento históricamente difícil que vive la patria mexicana
No puede ser de otra forma: cada vez que había motivos que movieran el alma nacional, de una u otra manera, sabíamos que Monsiváis aprontaría la ironía, desestructuraría las complejidades, pondría en blanco y negro los hechos.
Duele la ausencia de Carlos Monsiváis. Duele, como duele perder al amigo admirado.