Es un hecho que nadie suele comprar las guerras. Lo que si es que el ciudadano común y corriente es quien más las padece al quedar en medio de dos fuegos; los que la iniciaron y quienes, atendiendo el sentido de supervivencia repelen la agresión.
Y aun cuando en México ya hemos padecido dos serios conflictos armados que dejó una larga estela de muertos, heridos y lisiados, estamos horrorizados ante la respuesta que estamos viendo del crimen organizado, en este caso, la contraparte del gobierno federal que les declaró la guerra en el dos mil seis, apenas iniciado el gobierno de Felipe Calderón.
Y como ya nos habíamos acostumbrado a vivir en paz, después de casi noventa años de ocurrido el último movimiento armado (la guerra cristera que se inicia en 1926 y termina tres años después) esta tercera guerra nos mantiene al filo del asombro y del miedo por cuanto a su crueldad manifiesta y, ante todo, la muerte de tanta gente inocente. Y es que, por más que procuramos abordar otros temas que no sean los mismos de todos los días, nos jala la dimensión de los acontecimientos que se viven aparejados con la celeridad con que se desarrolla el baño de sangre que recorre el país de punta a punta; de costa a costa.
¿Cómo prestar oídos sordos, por ejemplo, a lo declarado ayer por una señora, madre de una de las trabajadoras de Ciudad Juárez que por desgracia viajaba en uno de los camiones que fue blanco del ataque a mansalva y en el que murieron dos más de sus compañeras y el chofer de una de las unidades? La pregunta que se hacía la señora al momento de abrazarse al ataúd que guarda los restos de su hija es la misma que te haces tu, lector, que se hace el vecino y que se hacen la mayoría de los mexicanos: ¿por qué nosotros? Por qué tenemos que aparecer como víctimas,por qué tenemos que sufrir nosotros una guerra que no es nuestra? ¿Por qué?
Como declararse inmune por ejemplo al dolor y la impotencia de aquel padre de familia que le dijo al mundo y a la prensa— en medio del llanto reprimido—que él no le daría sepultura a su hijo, uno de los quince jóvenes muertos en la masacre de Juárez, hasta que Felipe Calderón les diera una respuesta y, ante todo, que asistiera al funeral para que comprobara que su hijo no era un delincuente. Que sólo era una víctima inocente más de la guerra que su gobierno libra en contra del crimen organizado.
Desconozco cuántos muertos habría costado la llamada guerra Cristera, pero al igual que esta, siento que fue de lo más inútil. A final de cuentas, la separación de Iglesia- Estado solo se vive en el papel ( y si no, que le pregunten a Marcelo Ebrard quien todavía sigue sin verle el fin a su encontronazo con el Cardenal Juan Sandoval Iñiguez para quien la Suprema Corte de la Nación es la suprema decepción, al dejarse sobornar, según él, por el jefe de gobierno capitalino ) y las relaciones que habían sido suspendidas entre el Vaticano y el Estado mexicano se reanudaron años después en el gobierno de Salinas de Gortari y todo mundo contento.
Del movimiento armado de 1910, ni qué decir. Los resultados están a la vista y todo se resume en un “ quítate tu, para ponerme yo”, y la vida sigue igual.
En México sigue creciendo el número de pobres y la famosa brecha de la desigualdad entre el mexicano de a pie y el de Grand Marquis, como la canción de José Alfredo, “es cada día más grande”, no obstante al millón de muertos que dejó la revolución y por la que estamos por celebrar sus primeros cien años. Al llamado que acaba de hacer ayer el alto comisionado de la ONU en materia de Derechos Humanos, para que el gobierno mexicano redoble esfuerzos y adopte medidas eficaces que garanticen la tranquilidad de la ciudadanía se une también el del cardenal, Norberto Rivera Carrera quien de paso lamentó “ los cobardes e incomprensibles asesinatos de inocentes”, ocurridos los últimos días en los estados de Chihuahua, Baja California y más recientemente, en el Distrito Federal en donde siete jóvenes resultaron muertos a tiros, la madrugada de ayer.
FIERRITOS EN LA LUMBRE
Y lo dicho comendador. La sacudida al guayabo, por parte del alcalde de Cajeme, Manolo Barro viene en serio y con fecha de ayer se dio a conocer el posible relevo del ahora ex jefe de los servicios públicos del municipio, José Edmundo Valdez Castro, por Jorge Torres, quien escoba y recogedor en mano se dispone a cambiar el rostro de Cajeme.
El primero de los cambios, aunque no es oficial aún, se dio en días pasados por rumbos de la dirección de Comunicación Social e Imagen Urbana en donde el comunicador profesional y hasta hoy viernes, conductor del noticiero de Megacable en el canal ocho, Jaime Ramírez Montes, entra en substitución de Antonio José Rodríguez.
De buena fuente se sabe que, para estar a tono con las fechas, el alcalde se pasea guadaña en mano por los pasillos de Palacio y el resto de las dependencias municipales, dispuesto a seguir ajustando las tuercas del barco al que aun le quedan dos largos años de travesía por el anchuroso y proceloso río de la grilla. ¿Quién sigue?
Sugerencias y comentarios: Premiereditores@hotmail.com