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¡Lama, Lamaaa, Laamittaaaaa!

Jesús Noriega
Lunes 06 de Diciembre de 2010
 

Jesús Noriega

Soy aficionado al box, desde toda la vida. Desde los sesentas del siglo pasado aprendí a desvelarme al lado de mi padre viendo las funciones sabatinas de la Arena México, aquellas que narraban El Sony Alarcón y don Antonio Andere.

Me desvelaba y al día siguiente me quedaba tirado como cachora panteonera hasta muy tarde. Ya saben, por esas falacias de la movilidad social, mi padre habría sido el hombre más feliz del universo, nomás con que alguno de sus hijos hubiera sido boxeador exitoso.

Que sirva de referencia el dato, para dejar en claro a los villamelones del box, que tengo claridad de lo que ahora escribo. Sólo el que no quiera darse cuenta no nota el pleito callejonero que se cargan TV Azteca y Televisa con las funciones de box de los sábados.

Ambas televisoras se disputan las figuras y campeones nacionales y mundiales más notorias del box, explotando descaradamente, a conveniencia de sus intereses comerciales, el uso de los derechos de transmisión de las peleas.

Hasta hace pocas semanas, los gritones de TV Azteca dejaban espacios a los comentarios de su consentido, el dipsómano Julio César Chávez, quien a partir del quinto round de la primera pelea, ya traía “trabada” la lengua por el alcohol y deliraba tonterías en tonos casi obscenos.

Por su parte, Televisa trae de moda a un tal Canelo, bulto inflado a base de golpes mediáticos, quien parece más bien que filma uno de los culebrones plañideros a los que es tan dada esa televisora. El bato no tiene potencia, no se quita un golpe, le prosperó la cuenta de cheques porque es protagonista de moda en el imperio Azcárraga, donde aparte del contrato exclusivo, ya hasta le consiguieron mujer.

TV Azteca por su parte tiene a su estrella en el hijo del penoso Julio César Chávez, quien no contento con dilapidar la fortuna que ganó exponiendo la vida a base de moquetazos, ahora pone en peligro la de sus hijos en el mismo oficio. Al chamaco Chávez lo nombran con un apodo que no deja de sonar a burla: “El Hijo de La Leyenda”.

En el caso del hijo de Chávez… de por sí le sobra razón al viejo refrán que reza “nunca segundas partes fueron mejores”, es además, otro bulto al que le entran todo tipo de golpes; los contrincantes que le meten trancazos a voluntad, hasta se ríen de él porque teniéndolo a modo como para ganarle, saben sin embargo que perderán el pleito. Tongo le decían antes a la treta de conservarle a un peleador, eso que los locutores llaman “palmarés”.

Una vergüenza que con malicia puede intuirse. Este fin de semana, en la última pelea pactada al junior de Chávez -dando por bueno el pretexto pero sin comprarlo del todo; “El Hijo de La Leyenda” alegó que lo agarró desprevenido un gripón de miedo y, con tal de cumplir los compromisos comerciales de TV Azteca, lo sacaron del pleito pero metieron de emergente a un hombre gris sacado de filas segundonas en “establos” yucatecos, con tal de ponerlo frente a un polaco macizo y entrón, mismo que inicialmente era el adversario de Chávez.

En otras latitudes pero en el tema, leo con enojo (conmueven la tristeza, sinceridad y frustración) la injusticia que describe en el foro de InfoCajeme un boxeador cajemense que acudió a Culiacán ilusionado de participar en un torneo de box que promovió una televisora de presencia regional.

Narra a detalle las miserables desatenciones que recibieron en conjunto. Se autonombra BOXEADOR DECEPCIONADO, seguramente con el afán de evitarse las clásicas represalias contra quien se atreve a manifestar públicamente cualquier inconformidad.

Reto a que alguien desmienta si es o no un crimen usar a estos muchachos como mercancía, exponiendo sus vidas con tal de convertirlos en materia prima humana que deja ganancias; que los llevan al matadero sin la debida preparación y madurez boxística; que limitados emocional y técnicamente, exponen sus vidas, tan sólo porque esos chavalos están ávidos de fama y dinero, y que ante la falta de oportunidades viables, les vale madre tomar riesgos fatales.

Ya ha habido accidentes. Hace poco menos de un año murió un peleador regiomontano “emergente” que TV Azteca irresponsablemente llevó a una pelea realizada en Manzanillo o Puerto Vallarta. El caso del “emergente” del Hijo de La Leyenda es revelador: fue el sábado anterior que el chamaco yucateco al que apuradamente los gritones de TV Azteca bautizaron con el remoquete de “El Barretas” Pinzón, encandilado por las luces de Las Vegas, sin fortaleza física, sin empaque, sin potencia, como sea, al inicio de la pelea el muchacho tuvo la suertuda acción de asestarle doble combinación a la quijada al polaco Pável Vólak, derribándolo. Después de esos golpes, de pie recibió la paliza brutal que le tocaba al hijo del nativo de Villa Esperanza.

Es un grito de alerta, es llamada de alarma. No se ven por ningún lado las autoridades laborales a las que les toca regular los contratos de los boxeadores con las cláusulas de protección del peleador, ni tampoco se asoman los órganos que dicen vigilar las reglas del box. No funciona y sirve para maldita la cosa la entelequia esa llamada Consejo Mundial de Boxeo, que apesta a viejo y a corrupción, junto a su dueño, el sospechoso señor Sulaimán. Alguien recordará que el Consejo Mundial de Boxeo lo fundó el escritor Luis Spota, precisamente para defender a los boxeadores de la explotación y para cuidarlos de inmisericordes sacrificios físicos.

Las peleas que vemos los sábados en horarios nocturnos, en los canales de las televisoras del duopolio televisivo, tan sólo responden al signo de los pesos. Las peleas de pundonor y entrega, en las que se pretendía el equilibrio de destrezas y recursos físicos, los genios de la mercadotecnia las convirtieron en funciones boxísticas, que a base de trompadas, atiborran los horarios para que sobre todo se anuncie el otro duopolio, el cervecero. Y claro, para que suene la máquina registradora.

De los locutores, de los prescindibles gritones que a la hora del boxeo se sienten más importantes que los mismos púgiles, les debo la reflexión para otro momento, por hoy ríanse a costillas del bobalicón que al comienzo de cada round, y a todo pulmón, ensaliva el micrófono con la letanía: “¡LAMAA, LAAAAMMAAAAA, LAAAAAAMITTTTAAAAAAAAAAAA!”

 

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