Por Denise Dresser
El linchamiento a la revista Proceso. La crítica a Alejandro Junco y al periódico Reforma. La crucifixión en su momento a los críticos de la "Ley Televisa". La denostación a quienes insisten en el daño que produce su condición duopólica. La condena en la pantalla más grande del país a cualquiera que contravenga sus intereses, escrutine su actuación, cuestione sus actividades extralegales, alce la voz contra el surgimiento de un suprapoder que se impone por encima de los demás. Así actúa Televisa. Así contraataca. Así mezcla el espectáculo con el escándalo, así expropia el interés público para mantener privilegios privados. Así construye "la república de la pantalla", producto de una transición fallida a la democracia en la cual se impone un "Big Brother" que criminaliza a presuntos culpables a golpes de intimidación.
En su libro El sexenio de Televisa, Jenaro Villamil lo llama "macartismo televisivo" y tiene razón. Así como el senador estadounidense Joe McCarthy inició purgas, señalamientos públicos e indagaciones contra comunistas reales o imaginarios, Televisa resucita la dinámica de la desacreditación contra sus detractores. Y lo hace porque puede. Porque Bernardo Gómez le besó la mano a Marta Sahagún y obtuvo todo lo que quería para Televisa a cambio. Porque Felipe Calderón -como una esposa golpeada- sigue esperando que algún día su torturador lo tratará bien. Porque ambos gobiernos panistas, en lugar de colocar límites en torno al poder omnipresente de Televisa, han contribuido a su expansión.
Con efectos perversos. Noche tras noche Televisa se dedica a atacar, tergiversar, distorsionar. En el caso de la revista Proceso, los conductores destazan a la revista por supuestos vínculos con el narcotráfico sin permitirle el derecho de réplica que cualquier persona linchada por los medios se merece. En el caso del periódico Reforma, agreden al diario debido a la supuesta compra de espacios publicitarios por el crimen organizado. Y ésos son tan sólo dos botones de muestra recientes. Noche tras noche la televisión evidencia los problemas que la aquejan: la editorialización que sustituye a la información, el "pánico moral" que predomina por encima del periodismo profesional, el escándalo no verificable que reemplaza la investigación necesaria, el uso de un bien público para la defensa de intereses privados. El poder que Televisa ha acumulado y ahora desata contra cualquiera que cuestiona la forma antidemocrática y mercenaria como lo usa.
En el fondo su comportamiento no tiene una explicación compleja: se trata de un asunto de pesos y centavos. De negocios y privilegios. De ignorar y minimizar los reclamos de transparencia en el otorgamiento de las concesiones de radio y televisión, la autonomía de los órganos reguladores, la competencia indispensable en el sector. Y de allí su insistencia por congraciarse ocasionalmente con el gobierno como lo hace ahora al atacar a Proceso y a Reforma. Detrás de ello está la búsqueda de una certidumbre política que les permita obtener concesiones cuando quieran, como quieran. La certidumbre de mantener un gran pedazo del espectro. La certidumbre que les permita apuntalar su posición. Amurallar su feudo. Proteger su parcela. Bloquear a competidores potenciales en el mercado del "triple play".
Y lo logra erigiendo hombres de paja y quemándolos vivos en el canal de las estrellas. Convirtiendo a Enrique Peña Nieto -un hombre que sin teleprompter es incapaz de articular una oración con sujeto, verbo y predicado- en la figura más popular de los últimos años. Transformando al gobierno de Felipe Calderón en rehén de Televisa para lograr sus objetivos. Reforzando su condición como el único medio de comunicación que llega al 95.1 por ciento de todos los hogares de México. Evidenciando lo que debería ser el punto de partida de la discusión. El espectro radioeléctrico es un bien público. No pertenece a los dueños de las televisoras sino a los habitantes del país. No se comercializa sólo para permitir las ganancias sino para favorecer a los consumidores. Y los consumidores en cualquier sector se benefician con la competencia, que genera mejores precios y mejores productos. Genera beneficios para muchos, no sólo ganancias para los "Cuatro Fantásticos" en Chapultepec 28.
De allí el imperativo de esclarecer, de desenmascarar, de evidenciar las distorsiones que Televisa se ha encargado de diseminar. Noche tras noche. Quizás la televisora pueda denostar todo lo que quiera a Proceso y a Reforma y cualquiera que ponga en jaque sus intereses. Y quizás logre amordazar a los precandidatos presidenciales para que no se pronuncien en su contra. Y quizás pueda aprovechar coyunturas electorales en las que ningún político quiere pelearse con quienes le permiten comprar su popularidad. Pero su victoria será pírrica. La habrá obtenido con el costo de desnudarse. Evidenciarse. Exponerse. Mostrarse tal y como es: un poder fáctico cuya consolidación entraña un retroceso para el país y sus ciudadanos. De la mano de un gobierno victimizado que lo permite.