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Sábado 23 de Nov de 2024
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La ética de la responsabilidad

Tere Padrón
Jueves 10 de Febrero de 2011
 

“Aprende a hacer el bien. Busca la justicia. Auxilia al oprimido.
Proclama  los derechos del huérfano. Defiende la causa de la viuda”.
Isaías 1:17

La pobreza es el peor de los flagelos de una sociedad. Una sociedad que se jacte de ser justa, democrática, no puede permitir que haya pobres. Ser pobre, dice la Biblia Hebrea, es una afrenta, porque despoja al ser humano de su dignidad, de su honor, de su respeto. Sin embargo, algunas doctrinas nos hacen creer que ser pobre es bueno. Que los que sufren aquí, gozarán en el Cielo. Que los pobres son “la sal de la tierra” y que ellos “heredarán el paraíso”. Tal vez sí, pero también es cierto que ese discurso se ha utilizado como pretexto para evadir nuestra responsabilidad para con los pobres y verlos como un “mal necesario”.

La Biblia es muy clara en ese sentido. En el libro de Deuteronomio, se nos dice, “Si hay un pobre entre tus hermanos, en cualquiera de los pueblos que el señor tu Dios te ha dado, no seas duro de corazón ni aprietes el puño contra él, antes, se pródigo y facilítale todo lo que necesite…. Da generosamente y sin rencor, porque por estas acciones Dios te bendecirá y hará prosperar todo lo que hagas”. (Deut. 15, 7-11) Practicar la justicia aquí y ahora para ser bendecidos aquí, en la tierra. Porque la Biblia dice que son las buenas obras las que habrán de ser tomadas en cuenta, no sólo las buenas intenciones o la oración. Oración con acción. Fe con participación. Eso es lo que se nos pide.

Por eso, el judaísmo jamás ha justificado ni glorificado la pobreza como un don. Más bien,  nos dice que no debemos de privarnos de ningún placer (legítimo, por supuesto) siempre y cuando esto no cause la ruina de otros. Dios no quiere que dignifiquemos la pobreza, sino que ayudemos a combatirla. Porque si nos unimos a las filas de los que menos tienen, ¿cómo podremos ayudarles a superar su condición?  Hasta ahora, a ningún pobre le ha ido mejor sabiendo que alguien decidió ser uno más entre ellos. Porque la pobreza humilla, reduce al hombre a una condición ínfima y ninguna sociedad que se diga democrática, justa, permitiría que alguno de sus miembros carezcan de lo indispensable.

La violencia en la que estamos inmersos hoy en día en México en consecuencia de esa ostentosidad, de ese alarde de lo que tenemos, porque eso sólo contribuye a humillar más al otro, al que no puede acceder a eso. Y, en su frustración,  el que por años ha sido el oprimido, el vejado, el ultrajado, el reducido a nada, se enfurece, se rebela y busca por todos los medios (la violencia incluida) acceder a esa vida de placeres que los otros tienen. Y como el estado no le ha procurado los medios necesarios para allegarse recursos dignamente, harto, hastiado, pasará a reclamar su parte en el botín que es México y sus recursos y que se lo han repartido sólo unos cuantos. Políticos, legisladores, empresarios, funcionarios corruptos, etcétera. Todos son culpables. Todos son responsables de la inestabilidad social actual

Esto es consecuencia de que hasta ahora, los mexicanos jamás hemos estado unidos por ninguna causa. Cada quien ve por "lo suyos", como si el pobre, el indigente, el que nos lava el carro, el de la gasolinera, el jardinero, no fuesen también "los nuestros". No existe entre nosotros el concepto de responsabilidad hacia el otro, el ciudadano común, el  “de a pie"; mucho menos la solidaridad o la caridad. "Ai se la echan", solemos decir, yo veo por mi prole y me vale el resto del mundo”. . Aquí están las consecuencias de tantos años de desigualdad, de que unos tengan todo y muchos carezcan de todo.

Y como no existe el concepto, la idea de justicia social, tampoco existe la ley que lo avale. Es decir, para que una práctica se convierta en un precepto, debe emanar de una fuente de autoridad y de calidad moral superior. La Ley como amor, como caridad, como justicia. Por eso es que los 10 mandamientos son eso, la Torah, la Ley. Y en ellos se cifra todo lo que Dios espera de nosotros. Por eso, las leyes humanas deben emular la Ley Divina. Porque, finalmente, en los 10 mandamientos está contenido  todo lo que sienta las bases para vivir en una sociedad justa, equitativa y solidaria.

En el judaísmo existe un precepto fundamental, la “Tzedakah”  (????), que es equivalente, más o menos a la justicia social, a la caridad y solidaridad con los que menos tienen creando las bases, desde la legislación, para que todos puedan acceder a una vida digna. Es decir, no se trata de que todos tengan los mismos ingresos ni la misma riqueza, pero sí las mismas oportunidades de acceder a una vida mejor, en todos los sentidos. De sentar las bases para la creación de un estado social en donde no exista más la pobreza extrema, que es lo que degrada a la humanidad. Practicar la justicia y la compasión es reconocer a Dios en el rostro del otro, del enfermo, del que sufre, de la viuda, del huérfano.  Ayudarlo a superar su condición de pobreza proporcionándole todo lo indispensable, creando las condiciones sociales para que esa persona alcance el nivel de vida que lo dignifique.  Para todos debería ser una afrenta y todos nos deberíamos indignar y levantar la voz ante prácticas comerciales deshonestas como que en
Estados Unidos se echen al mar toneladas de cereales para obligar especular y lucrar con su precio mientras que millones de personas mueren cada año por falta de alimento.  O como el hecho de que un obrero de un país pobre gane menos de un dólar al día por fabricar los tenis que llevo puestos, o la mochila, o el bolso.

La justicia social sólo puede surgir en una sociedad democrática, con leyes que protejan los derechos de los más vulnerables y que exijan que los más ricos cumplan con su obligación para con la sociedad. Donde no se privilegie a unos cuantos a costa de millones. Esto sólo puede surgir de un acto supremo de caridad y de justicia. Y éste sólo puede provenir de un precepto universal, de un mandato divino. Y quien no conoce a Dios, no puede practicar la Tzedakah, la caridad con justicia. Porque conocerlo a Él, es actuar de acuerdo a sus preceptos y uno de los fundamentales es “amarás al prójimo como a ti mismo”.  Si no lo hacemos así, es porque no nos amamos a nosotros mismos, porque no nos gusta como somos, porque no valoramos nuestra vida tal y como es.

Tengo fe en que el estado de cosas actual nos hará reflexionar acerca de nuestra responsabilidad  en que las cosas hayan llegado a este punto pero también de que, al igual que nosotros, millones de personas están buscando el sentido último de sus vidas y cambiando radicalmente nuestra idea de la felicidad. Dejando de desear cosas que no necesitamos y compartiendo las que tenemos con los demás porque sólo así, cambiando nuestros gustos, nuestros intereses, nuestros placeres efímeros y viendo más por los otros, es como podremos revertir el rumbo de México. El dar, más que el recibir, es una bendición.

Teresa de Jesús Padrón Benavides

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