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Columna de Hierro

Sergio Ibarra
Miércoles 24 de Agosto de 2011
 

Si usted ya vio el video tomado por algún aficionado que estuvo en el estadio de Torreón al momento en que se registró la balacera de ayer en el curso del juego Santos, versus Morelia, coincidirá con el columnista que si las cosas no fueron mayores se debió a la manera en que los aficionados se condujeron al momento del tiroteo que, según se confirmó después, tuvo lugar en las inmediaciones del estadio.

O, dicho de otra forma, les salió barato el chistecito pues, de haberse apoderado la histeria y el miedo entre la afición, en estos momentos se podría estar lamentando la pérdida de muchas vidas humanas como producto de la estampida natural que dejan este tipo de hechos, por más que, horas después de ocurrido, haya sido el mismo Calderón quien comunicó a la nación, vía twitter, que todo estaba controlado en relación al asunto.

Momentos después, su vocero en asuntos de guerra Alejandro Poiré y la misma Secretaría de Gobernación, informaban de la coordinación del gobierno federal con las autoridades estatales a efecto de esclarecer los hechos que, según estos, se habrían originado tras un ataque a agentes municipales que resguardaban el orden en las inmediaciones del estadio, versión que, aquí entre nos, deja muchas dudas y sigue sin convencer al respetable.

En todo caso, me quedo más con la atinada intervención que tuvo el presidente del club anfitrión, Alejandro Irarragori quien para empezar, ofreció disculpas a la afición, lo mismo que a los jugadores y directiva del equipo visitante, el Morelia, por los lamentables hechos que obligaron suspender el encuentro e hizo un llamado a la conciencia nacional cuando precisó que lo ocurrido éste sábado, en Torreón, debe movernos como sociedad. Somos más, -- dijo el empresario—los que queremos paz y, como deporte, como futbol, no mermerá el esfuerzo de llevar alegría.

En donde si, las cosas siguen sin control (y así se lo hice saber al mismo Calderón, ayer que se asomó por las redes sociales para dejar en claro que ya todo estaba bajo control en el caso de Torreón, es por rumbos de la colonia Libertad en donde la tarde de este pasado sábado fueron acribilladas tres personas, muriendo dos de estas, casi en forma instantánea en el lugar de los hechos, en los momentos en que el matrimonio ejecutado (Gonzalo Gutiérrez Román, de 45 años y Guadalupe Olivas Bernal, de 44) atendía una carnicería de su propiedad. Este múltiple atentado que se viene a sumar a la enorme lista de hechos de violencia ocurridos en Cajeme vienen a demostrar entre otras cosas que, ciertamente, como recién lo acaba de afirmar la cancillería de Gran Bretaña, Sonora sigue figurando como uno de los estados más violentos y por tanto, de mayor peligro para propios y extranjeros y, dos; que, tanto filtros, como operativos conjuntos entre municipales, estatales, federales y el ejército, siguen valiendo para tres cosas y que el crimen cometido contra  el matrimonio Gutiérrez Olivas, pasará a engrosar la enorme lista de casos que, como la gran mayoría, quedará en la impunidad al solucionarse con estas simples palabras; “son ajustes de cuentas”.


FIERRITOS EN LA LUMBRE

Luego de conocer la tremenda odisea sufrida por el poeta Efraín Bartolomé, quien en días pasados recibió la infausta visita de un comando de agentes federales, en su domicilio, en plenas horas de la madrugada, me vino a la memoria, el hecho ocurrido aquí en Cajeme en casa de un familiar nuestro y que solo confirma que el trabajo de “ inteligencia” de algunas corporaciones se sigue haciendo con las patas. Al poeta le costó el robo de un reloj, la destrucción de la mayoría de las puertas de sus recámaras, incluidas la del portón y de la entrada principal, mientras que aquí en casa, el chistecito salió en 30 mil pesos con los que se quedaron los federales a efecto de “ sacar sin broncas”, al inculpado, cuyo único delito era el llamarse igual que un supuesto delincuente al que seguramente siguen buscando. Y, aunque no creo que sea de gran ayuda ni remedia en nada el grave atropello sufrido, esa misma noche, el vate se refugió en su estudio y escribió una carta dirigida Calderón, en la que, más que exigir justicia, lleva el propósito de gritar y desahogar su frustración ante un gobierno que parece no darse cuenta de las tropelías y los abusos cometidos por sus agentes, en nombre de la ley.

 

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