Dos acontecimientos han sacudido la escena política mexicana y han puesto en duda muchas certezas.
En primer lugar, Humberto Moreira, el dirigente nacional del viejo partido autoritario, el PRI, se ha visto obligado a renunciar debido a que es sospechoso de corrupción, al haber falsificado documentos para esconder la gigantesca deuda de 36.000 millones de pesos (2.000 millones de euros) que contrajo cuando era gobernador del Estado de Coahuila.
En segundo lugar, el candidato a la presidencia del PRI, Enrique Peña Nieto, mostró públicamente y de manera espectacular su abismal ignorancia en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara: hizo evidente que jamás ha logrado terminar de leer un libro y que es incapaz de responder con coherencia cuando lo sacan del guión previamente preparado por sus asesores. En una entrevista reciente con EL PAÍS mostró que ignoraba el monto del salario mínimo en México.
Súbitamente, los ciudadanos se han percatado de que el partido que encabeza las intenciones de voto para las elecciones de 2012 postuló a un candidato de una sorprendente ineptitud y de una incultura escalofriante. Y que ese mismo partido tuvo que obligar a su máximo dirigente a renunciar cuando se exhibió como un ejemplo de corrupción política. Ante esta situación, muchísimos se rieron a carcajadas y otros acaso lloraron. Hay dos pesadillas que atormentan a todo político: aparecer como un corrupto y hacer el ridículo. Los dirigentes del PRI acaban de hacer las dos cosas. Con ello es probable que comience a cambiar un panorama político que parecía ofrecer la certidumbre de que el PRI ganaría las próximas elecciones presidenciales.
¿Cómo ha sido posible que el partido que representa al antiguo régimen autoritario, con casi 12 años en la oposición, se haya colocado como el más favorecido (40%) por las intenciones de voto? Las causas se hallan en el trágico hecho de que la transición ha ocurrido sin un pacto de las fuerzas democráticas opuestas al autoritarismo del antiguo régimen priísta. Así, la transición democrática llevó al poder a un partido de derecha —el PAN— que ha gobernado en solitario. Fue inevitable que acabase muy desgastado. Para muchos era evidente que, desde el año 2000, era necesaria una alianza o un pacto entre la derecha liberal y la izquierda moderna. Pero ni en el PAN se acabó de afianzar su ala moderna ni el PRD, el partido de izquierda, logró modernizarse y escapar del populismo. Además, siguen abiertas las heridas de la aguda confrontación de 2006, cuando el candidato del PRD perdió por muy pocos votos ante el candidato del PAN.
Por otro lado, en México no ha dejado de pesar la sólida presencia de un enorme espacio territorial dominado por gobernadores del antiguo partido autoritario, que controlan sus dominios a la manera en que lo hacía antes el presidente de la República. La transición se encuentra entorpecida debido a que, si bien en el año 2000 fue clausurado el parque jurásico del antiguo régimen, los dinosaurios que allí medraban se han organizado y han reconstruido su partido. Han logrado unificarse en torno de uno de los dinosaurios más maquillados, el exgobernador del Estado de México. El PRI no se ha convertido en un nuevo partido, pero sí ha logrado restañar sus heridas internas. Gracias a ello, este partido logró colocarse como la primera fuerza en las elecciones intermedias de 2009, convocadas para renovar los poderes legislativos. Las elecciones del año siguiente mostraron que la transición no estaba detenida del todo, pero que transcurría con gran lentitud. En estas elecciones, de 2010, se disputaron 12 gobernaturas y solamente en tres fue vencido el PRI. Pero estas derrotas fueron enormemente significativas, pues incluyeron el desplome de las formas más rancias, corruptas y autoritarias de Gobierno en Oaxaca, Puebla y Sinaloa. El balance final no fue positivo para el PRI: dejó de gobernar a casi ocho millones de ciudadanos.
La gran novedad fue un hecho que se convirtió en el símbolo de aquellas elecciones: derechas e izquierdas se aliaron para derrocar el poder corrupto y autoritario del PRI. Por más que se desgañitaron clamando que son la primera fuerza política del país, los dirigentes del PRI no lograron ocultar el hecho de que la restauración del antiguo régimen había sido frenada por la coalición auspiciada por las fuerzas más avanzadas y modernas de la derecha y la izquierda.
Pero las cosas no siguieron por buen camino y se torcieron. Acabaron por imponerse las corrientes opuestas a las alianzas. En el mismo año 2010 fueron bloqueadas con éxito las alianzas en Durango y Veracruz, que seguramente se hubiesen sumado a la lista de Estados donde, después de 80 años, el PRI ha sido derrotado. Y en las decisivas elecciones para elegir gobernador en el Estado de México, en julio de 2011, tampoco se logró la alianza entre el PAN y el PRD, gracias al esfuerzo combinado de López Obrador y de los sectores más atrasados del PAN. Por ello, los candidatos del PRI ganaron las elecciones y el exgobernador del Estado de México se fortaleció notablemente. Después, el PRI le arrebató al PRD el Estado de Michoacán, uno de los más antiguos feudos de la izquierda.
Ante este panorama, ¿qué hacen los grandes partidos opuestos al PRI? El partido de la derecha en el Gobierno, el PAN, carga con los errores del presidente Felipe Calderón. La confrontación en gran escala con los narcotraficantes ha disparado la tasa de homicidios a los niveles de hace 20 años. La gente no percibe que la batalla contra el crimen se está ganando y ha cundido el miedo. La situación económica, sin ser un desastre, no ha mejorado sensiblemente y ha sufrido los embates de la crisis internacional. El sistema educativo sigue mostrando señales de deterioro y es rehén del gigantesco y corrupto sindicato de maestros encabezado por una dirigente que es todo un símbolo del atraso, Elba Esther Gordillo, que ahora vuelve a apoyar al PRI, después de haberse ligado al PAN. Este partido no logró convertirse en una fuerza de derecha moderna decidida a reformar el sistema político. Su más probable candidata a la presidencia, Josefina Vázquez Mota, no representa al ala más avanzada y no ofrece, hasta el momento, un perfil político muy definido. Será probablemente la voz de una derecha moderada que tendrá que enfrentarse a la muy agresiva derecha “revolucionaria” del PRI.
Por su lado, la izquierda parece dedicada a reparar los destrozos que durante más de cinco años ocasionó la actitud pendenciera de su más importante dirigente, Andrés Manuel López Obrador, que no aceptó los resultados de las elecciones de 2006, se autonombró “presidente legítimo” e intentó en vano provocar un colapso del Gobierno de Felipe Calderón. Sin ser radical, mantuvo la misma tenaz actitud agresiva que le había costado perder las elecciones y que después de estas le ocasionó un descenso espectacular en el apoyo popular. Ahora tiene que iniciar un difícil ascenso desde el 15% de la intención de voto que le asignan las encuestas. Para ello, está intentando borrar su perfil duro y ha declarado que pugna por una “república amorosa” que parece dar por cancelado el populismo furioso que lo ha caracterizado hasta hoy. No estoy muy convencido de que esta línea, que parece muy conservadora, le dé buenos resultados. No refleja la imagen de un sereno estadista de izquierda, sino la de un agitado predicador franciscano. Cuando se percate de ello —si es que ello ocurre— tendrá que dar otro viraje.
Pero la situación está cambiando con rapidez y seguramente habrá sorpresas. De momento, el PRI ha tropezado y ha enseñado su vieja cara. Seguirá descendiendo el apoyo que ha obtenido, pero no es posible saber en qué nivel se detendrá la caída.