Jorge A. Lizárraga Rocha
Pude, ¡por fin!, regresar a pasar un rato a la hipotética granja Hirukyami; después de tomar un añorado café acompañado de empanadas de calabaza de El Pueblito, y de ponerme al tanto con algunos chismes pendientes con Manuel, decidí caminar solo un rato para actualizarme en cuanto al paisaje que tanto tiempo hacía que no veía.
Después de una caminata de alrededor de 20 minutos, me senté en una banca semiderruida con vista a la laguna. Todavía hay algunos patos que no han emprendido su viaje de regreso al norte después del invierno, así que pude disfrutar de la vista relajante que esto ofrece.
De repente sentí un alboroto cerca de mis pies y me di cuenta de que un grupo más o menos grande de mochomos (hormigas grandes para los que no las conocen) se desplazaban alteradas rumbo al hormiguero que está cerca de la banca; la razón de su carrera era que una cachora (lagartija, güico o como le quieran llamar) se estaba dando un festín comiéndose a algunos mochomos.
La estampida no era tan general, algunos mochomos seguían su trabajo prácticamente sin prestar atención al incidente, para evitar que se me fueran a subir a los zapatos y después a las piernas donde podría sufrir una picadura que Dios guarde la hora, los que ya las hemos sufrido sabemos a lo que me refiero, subí los pies a la banca y me quedé observando la situación que se desarrollaba.
Algunos mochomos cayeron bajo el embate de la cachora, otros se trataban de defender de manera individual infructuosamente pues sus mordidas no hacían mella en la gruesa piel de la cachora, otros huyeron a la seguridad del hormiguero; sin embargo de repente y como si hubieran recibido una orden salieron del hormiguero un montononal de mochomos y en forma bien ordenada, atacaron a la cachora abusiva que les estaba haciendo tanto daño.
Considero que al llegar al hormiguero se dieron cuenta de que estaban guiando a la cachora al lugar adonde se encuentra su Hormiga Reina, origen de toda la colonia, así que salieron para defender su terruño contra el potencial invasor.
Una vez organizados los mochomos, pudieron dar cuenta de la cachora; en menos de lo que escribo estas líneas, el abusivo reptil se vio cubierto de mochomos, ahora sí sufriendo las mordeduras en partes suaves del cuerpo, resintiendo ahora ella el embate de sus minúsculos enemigos que en grupo fueron mucho más fuertes que ella. Claro que en este trance murieron muchos mochomos, pero ahora sí su muerte tuvo una razón positiva, la de salvaguardar a su reina, por lo que su comunidad pudo sobrevivir a este ataque y seguir siendo productiva para sus funciones dentro de su ecosistema.
Después de un rato, perdí la noción del tiempo al ver este evento tan impresionante, la cachora fue muerta por los mochomos, y empezaron a “partirla” en pedacitos para usar todas sus partes como alimento para ellas. Mi primer pensamiento al meditar sobre lo que acababa de ver fue, ¡qué cruel es la vida en la naturaleza!, pero lo rechacé inmediatamente, pues lo visto no es más que una manifestación de lo que cotidianamente sucede y que Diosito planeó desde un principio para preservar el orden natural de las cosas en su obra inmensa que es nuestro planeta.
La cachora estaba buscando su supervivencia y al tener como parte de su dieta alimenticia a los mochomos, solamente estaba disponiendo de lo que le correspondía; los mochomos estaban en la misma situación, por lo que su reacción defensiva y ofensiva también fue parte de su papel natural en el ecosistema.
Ya de regreso al chante de Manuel para prepararme para regresar a la realidad de mi entorno urbano, me di cuenta de la similitud de lo que había visto en la tierra cubierta de hojarasca, a la entrada de un hormiguero, cerca de una laguna con patos migratorios, con lo que me esperaba en la ciudad.
¿Acaso no hay cachoras citadinas que abusan de su tamaño y capacidad para atacar a mochomos citadinos que vagan solos sin organizarse? Quizás estas cachoras no lo hacen por supervivencia sino para imponer sus intereses sobre los demás, menores en tamaño y en capacidad de defensa y organización.
Por otro lado al organizarse los mochomos urbanos, menores en tamaño pero superiores en número, han podido deshacerse de cachoras que parecían indestructibles y eternas en su permanencia abusiva sobre los demás.
Creo que podemos conocer de estas situaciones en el entorno humano al leer cualquier periódico de cualquier ciudad de cualquier país del mundo. En lo personal prefiero verlas en un entorno más silvestre en donde los intereses que se defienden son solamente los básicos para la supervivencia y no los generados por componentes artificiales que hemos introducido en nuestra vida cotidiana.