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¿La realidad es la encuesta?

¿La realidad es la encuesta?
Martes 29 de Mayo de 2012
 

“La realidad no es la realidad, la realidad es la encuesta.” Parece un juego de palabras, pero esa es la lógica a la que responden algunas de las personas que analizan el actual proceso electoral en nuestro país. Con valiosas excepciones, comunicadores e intelectuales ocultan trabajosamente lo que ya es inocultable, niegan lo que es innegable. Para ellos, los movimientos sociales no importan –lo que resulta particularmente grave en el caso de las ciencias sociales–; lo único importante son las cifras que arrojan los sondeos que realizan las casas encuestadoras.

 Éstas son imperturbables. No importan los errores de un candidato que a cada paso exhibe sus limitaciones. Tampoco el surgimiento de un movimiento de jóvenes que lo repudia. Ni las constantes casos de corrupción en los que están involucrados sus correligionarios. Las encuestas no se mueven. Son como las tripas del animal destazado que permiten afirmar a nuestros modernos Arúspices: “El candidato que encabeza los sondeos será el próximo presidente de México”.
 
Las mirada crítica de estos comunicadores y especialistas se dirige a los movimientos sociales y no a las encuestas. Que sí son manipulados por partidos (el reciente movimiento surgido de la Universidad Iberoamericana se atribuye indistintamente a la izquierda o al PAN). “Los jóvenes no siempre tienen la razón.” “Es lamentable que los estudiantes impidan la libre manifestación de las ideas”…

¿Y sobre las encuestas? Nada. Parecieran rodeadas del aura de la perfección. Inmaculadas. La muestra de la máxima honradez en uno de los países más corruptos del planeta. Se trata de una crítica asimétrica: lo social es sospechoso, las encuestas no. Es una contradicción evidente en la que se encuentran atrapados algunos de nuestros intelectuales, sobre los cuales se pueden decir muchas cosas, menos que sean ingenuos.
 
Recientemente se ha llegado al extremo de invocar la autoridad de personas fallecidas, que no pueden defenderse de la manipulación a la que sus colegas vivos someten sus ideas (aquí empleo vivos en varias de sus acepciones). Se cita, por ejemplo, lo dicho por Adolfo Aguilar Zinser, quien afirmaba que las marchas no son equivalentes a los votos. Es cierto, pero es tramposo. Es un mensaje que se envía con una sonrisa al candidato “puntero”.

La palmada en la espalda: “… no te preocupes –se alcanza a escuchar–, las movilizaciones en tu contra no importan, lo ha reconocido en su momento quien fue un integrante destacado del equipo de Cuauthémoc Cárdenas, es decir, lo ha aceptado incluso la izquierda”.

Por tanto, se infiere, no tienen por qué moverse los sondeos. Lo que no dicen es que las encuestas, la única realidad que reconocen, tampoco equivalen a los votos. No se dice, además, que la santificación de estos instrumentos sirve para otras cosas.

Pero ¿cuál es la crítica principal que se puede hacer a los análisis que identifican la realidad con las encuestas? ¿Por qué es erróneo basar todo –incluso el prestigio personal– en estas herramientas? Para responder a lo anterior pongamos un ejemplo: imaginemos un grupo, o un medio de comunicación que contrata a una empresa que realiza encuestas.

Supongamos que esta relación se establece al margen de la influencia de políticos o partidos –lo cual es mucho suponer, pero aun así sirve para este ejercicio. La empresa va dando a conocer sus resultados en distintos periodos, mensual o diariamente. Mil entrevistas cara a cara a personas con credencial de elector. El periodista, intelectual o científico social justifica y basa su opinión en esos sondeos. Son las cifras frías, los datos duros, se afirma, y se concluye, por ejemplo, que los movimientos sociales en nada influyen en las posiciones de los candidatos.
 
El error principal consiste en que las encuestas no están sujetas a mecanismos de verificación independiente.

Teóricamente, las casas encuestadoras pueden decir lo que quieran, definir arbitrariamente lo que entienden por muestras aleatorias, manejar los tiempos para dar a conocer resultados inadmisibles para ellos o para algunos grupos. Es decir, en absoluto pueden ser confiables sin esa verificación. Eso lo sabe cualquier estudiante de ciencias sociales o naturales.

Las herramientas empleadas en la investigación para obtener algún resultado deben ser verificadas, preferentemente por grupos independientes. Es un error infantil sustentar un análisis en una metodología que tiene esta falla. El escrutinio se vuelve una tarea especialmente importante cuando la realidad social contrasta con la realidad de las encuestas. Y aquí, repito, no hay ingenuos.
 
Como apunté antes, la santificación de las encuestas sirve para otros fines. Son usadas como propaganda y como inductoras del voto. Pero tienen una función adicional. Al suplantar la realidad, proporcionan el margen (incluso numérico) en el cual puede operar un fraude. Ojo, no estoy diciendo que habrá fraude –aunque todos los datos apuntan a que esa tentación existe, pues en varios frentes se está creando una realidad ficticia. Ya sé que se dirá que la izquierda no confía en las encuestas porque “va perdiendo en ellas”, que prepara un escenario poselectoral de protestas, y otras tonterías de este tipo.

La decisión de realizar un fraude electoral no está en las manos de las encuestadoras ni de los intelectuales que se apoyan en ellas y las amplifican, sino en un grupo que tiene que enfrentar y responder a una pregunta, que cada día se torna en crucial: ¿resistirá México un nuevo fraude electoral?

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